Nuestra participación parte de la reflexión de nuestro quehacer en cuanto artistas desde una comunidad purépecha que, en el 2011, padeció el asedio del extractivismo de sus bosques y tuvo que luchar por la defensa de su territorio. Este movimiento significó un parteaguas respecto a la forma en que fundamentábamos nuestra obra, como un proceso que, haciendo eco de la memoria cultural, se manifestaba en un plano de reivindicación. Sin embargo, a partir de ese año nuestra obra pasa de retomar símbolos culturales propios a revolucionarlos; empezamos a ir más allá del arte tradicional, lo cual implica hacer ejercicios de introspección, de reconocimiento de lo propio y lo otro; replantear el rol del arte en la lucha de la comunidad como referente indisociable de nuestra identidad. Por lo tanto, abordamos tres ejes: a) Memoria colectiva: geografía, inicio del colectivo y su desarrollo antes y después del movimiento; b) Nuestra manera de deconstruir la lógica eurocentrista; y, c) Comunidad que se manifiesta en comunalidad: trabajo que se realiza. A partir de estos ejes definimos nuestra posición respecto al arte contemporáneo indígena como un quehacer que no se queda en el mero goce, sino que a partir del placer estético se hace comunidad, revitalizando la memoria y reforzando la identidad.