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El derecho al duelo

Este es un tiempo de pérdida inconmensurable. Aun si nos apegamos a las estadísticas oficiales, que incluso quienes las producen admiten que ofrecen una medida parcial de los hechos, más de un millón de personas han perdido la vida durante la pandemia por COVID-19, de las cuales más de cien mil han perecido en México. En algunas geografías, las muertes han duplicado o triplicado la mortalidad promedio de un año. Esta es una etapa cruel, donde todos, en mayor o menor cercanía, hemos visto sucumbir a familiares, colegas y amigos. Nos rodea un dolor multiplicado que ha empeorado por las limitaciones para asistir a funerales y ceremonias de todo tipo, impuestas por nuestros pobres recursos de control de la pandemia: el distanciamiento y la cuarentena. Quizá la muerte jamás había sido un dato tan terriblemente privatizado. Quizá la vida nunca debería tener como destino terminar sin los gestos que dan testimonio de cada despedida, como parte de una cadena de historias y generaciones que involucran la presencia y fraternidad de los vivos, los muertos y los aún no nacidos.

Entre las múltiples posibilidades de vida que ha puesto en juego la pandemia está el derecho mismo al duelo. Esta nueva mortandad ha echado por tierra la petulancia de nuestra expectativa sobre los poderes de la medicina y la tecnología, y ha radicalizado la poco digna forma en que nuestra sociedad aborda el trabajo de acompañar la muerte de los otros.

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Además del monstruoso confinamiento con que muchos experimentamos nuestra agonía aislados en el aparato de los hospitales, el peligro del contagio nos ha privado de siquiera tomar la mano de quienes amamos en el momento de su tránsito. El dolor no se mitiga y se sostiene de la experiencia colectiva del rito y la expresión pública de duelo. Casi sin remedio, hemos llegado al punto donde el dolor ocupa el más mínimo espacio posible de expresión: una docena de caracteres torpemente expresados en un mensaje electrónico.

La arena fuera del reloj de Rafael Lozano-Hemmer ofrece un intento de transformar las condiciones a las que nos ha forzado la epidemia de COVID-19 (como el aislamiento físico apenas horadado por la conexión de nuestras computadoras) para participar en una obra pública de duelo. Durante un tiempo, familiares, amigos y dolientes podrán compartir con la sociedad el rostro de aquellos a quienes apenas han despedido. Esta imagen estará visible en nuestras pantallas al ser dibujada en la arena por un dispositivo robótico. No nos equivoquemos: si bien una máquina es la autora de este retrato que se transmite a la distancia por vía de paquetes de electrones, la conexión que establece entre nosotros es una honda corriente que atraviesa nuestra mente y nuestros cuerpos. Aunque la acción ocurre en la red desmaterializada del internet, tiene como objetivo ser un memorial plenamente tangible: en tiempo real asistimos a la creación de un rostro trazado en la arena, ese medio que marca tanto paso del tiempo como nuestra propia materialidad. Esta condición está inscrita en la producción misma de la obra. A lo largo de toda la producción de esta pieza, la arena no cambia: es un mismo cuerpo que forma un número ilimitado de reflejos.

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Por supuesto, retener el rostro de quienes han partido, en un grado más o menos definitivo, ha sido una de las tareas fundadoras del arte de producir imágenes. No es errado atribuir el origen del arte, en el sentido de la fabricación de un simulacro, al intento de perpetuar en un material inanimado la efigie de quienes ya no nos acompañan. La imagen es, en ese sentido, la señal del fin de la vida y la denegación del mismo fin. Al escoger trazar estos retratos en arena, Lozano-Hemmer ha optado por evocar la brevedad de la vida y la conclusión de cada rostro y existencia. En este caso, el carácter efímero no es una mera negativa a la vanidad de la perpetuidad, sino que es una forma más de establecer un vínculo con la sombra que convoca nuestra mirada.

Ciertamente, nada podemos hacer ante la muerte una vez que se ha consumado. Sin embargo, participar en expresar esa partida confirma el sentido de ser humanos. Ojalá que la experiencia de esta obra permita reclamar, aunque sea de un modo limitado, nuestro derecho al duelo.

Cuauhtémoc Medina

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Rafael Lozano-Hemmer, La arena fuera del reloj. Memorial a las víctimas de COVID-19, 2020

Arena de reloj, plataforma robótica, cámaras, computadoras, software en OpenFrameworks, luces, base de aluminio anodizado, cabezal impreso en polímero en 3D, circuito electrónico, tubos, embudos y válvulas de plástico
Hardware y software: Stephan Schulz
Interface en línea: Roy Macdonald
Asistentes de producción: Pipo Pierre Louis, Rebeva Murdock

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Rafael Lozano-Hemmer 
(Ciudad de México, 1967; vive y trabaja en Montreal) 

Artista electrónico. Desarrolla instalaciones interactivas que están en la intersección de la arquitectura y el arte del performance. Su interés principal es crear plataformas de participación pública, pervirtiendo una gran variedad de tecnologías de control. Fue el primer artista que representó oficialmente a México en la Bienal de Venecia en el año 2007. También expuso en las Bienales y Trienales de Sídney, Estambul, Habana, Sevilla, ICP en Nueva York, Valencia, Nueva Orleans, Montreal, Singapur, Shanghái, Kochi-Muziris y Moscú. Sus exposiciones individuales incluyen el Hirshhorn Museum, Museo de Arte Moderno de San Francisco, la Fundación Telefónica en Madrid y el Museo de Arte Contemporáneo de Sídney. Ha ganado dos BAFTAs de la Academia Británica, un Governor General Award en Canadá, un premio Golden Nica en Austria, un premio Bauhaus en Alemania, un Trophée des Lumières en Francia, entre otros galardones.  

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Curador: Cuauhtémoc Medina
Coordinación curatorial: Alejandra Labastida
Comunicación: Ekaterina Álvarez
Gestión de medios: Ana Cristina Sol
Edición de contenidos: Vanessa López
Traducción al inglés: Julianna Neuhouser
Diseño gráfico: Andrea Bernal
Gestión de prensa: Francisco Domínguez, Eduardo Lomas


En colaboración entre el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) con El Aleph. Festival de Arte y Ciencia, en el marco de la #MegaofrendaUNAM de la Dirección General de Atención a la Comunidad (DGACO).