“Somos mutables y, por eso, hay esperanza”
Una conversación entre Charlotte Jarvis y Alejandra Labastida


Alejandra Labastida (AL): Mientras miraba tu manifiesto-video, deseaba presenciar una conversación entre tú y Ursula K. Le Guin. Refieres su cuento “Los que se alejan de Omelas” para abordar la perspectiva ética de tu proyecto, pero también me recordó La mano izquierda de la oscuridad. Allí, Le Guin presenta la tesis de que la sociedad humana extraterrestre ambisexual con la que se relaciona su personaje principal —personas que no tienen un género definido y que tienen ciclos de reproducción en los que pueden asumir de forma temporal, aleatoria y sin ningún control o predisposición un papel procreador masculino o femenino— son el resultado de un experimento genético. Puesto que su ambisexualidad no tiene un valor adaptativo claro, propone que la eliminación del género y la limitación del impulso sexual a la procreación podría ser un intento por eliminar la guerra y la violencia, por eliminar la masculinidad que viola y la feminidad que es violada. ¿A dónde crees que te llevaría esa conversación?


Charlotte Jarvis (CJ): Me encantan los cuentos de Ursula K. Le Guin. Los concibo como experimentos mentales que revelan nuestras ideas preconcebidas y suposiciones. Sus libros demuestran las limitaciones de nuestro marco conceptual y nos dan un vistazo de algo externo. Estoy realmente interesada en eso: cómo podemos acceder al otro; las cosas que desafían nuestras definiciones. Es un acto extraordinario y radical: revelar la caja en la que se encuentra la humanidad, mostrar su color, sabor y textura y, al hacerlo, desafiarnos a imaginar algo diferente.

Los libros de Le Guin no se leen como manifiestos, hacen preguntas que parecen ser bastante simples e inocentes, pero que realmente socavan con éxito algunas de las narrativas más penetrantes y dañinas de la humanidad: el patriarcado, el capitalismo, etc. Lo suyo es la construcción del mundo como una forma de activismo. Silencioso y sigiloso, pero activismo al fin y al cabo.

En Tecnologías de género, Teresa de Lauretis describe otra perspectiva existente en los “espacios sociales tallados en los intersticios de las instituciones y en las grietas y resquicios del aparato de poder-conocimiento”. Lauretis habla de la necesidad de encontrar una “mirada desde otra parte”, un contexto diferente para el diálogo que existe en el medio. Esto es lo que hacen los libros de Le Guin por mí, revelan los grandes paradigmas apabullantes que llevamos con nosotros y que, de manera crucial, señalan los espacios entre, afuera y alrededor de ellos. Mi práctica consiste en intentar habitar esos espacios.

Si aún no la has leído, realmente recomiendo El eterno regreso a casa, es una obra que desafía el género y a la que a menudo me encuentro haciendo referencia cuando imparto clases. Plantea tantas preguntas relevantes para nuestra actual crisis ambiental, mientras que, increíblemente, sigue siendo optimista… algo muy extraño.


AL: Aunque puede arrojar luz sobre la infertilidad masculina, tu proyecto no está dirigido a promover la supervivencia de la especie, sino a la urgente necesidad de reinventarla. Creo que el momento clave de esta compleja empresa es la decisión de producir el plasma seminal no sólo con tu sangre sino con la sangre de varias mujeres, personas trans y no binarias en un ritual colectivo. No se trata de la autopolinización y la mejora de las capacidades de un individuo. Ésa es la verdadera bomba: no sólo darle la vuelta a la tortilla y producir semen “femenino” individual, sino deconstruir uno de los baluartes de la masculinidad patriarcal: la figura de un poderoso proveedor individual. Pero me quedé preguntándome: ¿por qué no incluir también a las hembras de otras especies en el aquelarre? Probablemente haya una razón científica obvia para ello, pero, siguiendo tu propia línea de pensamiento, creo que, dado que el patriarcado también depende en gran medida del humanismo y la separación entre el hombre y los animales ha sido la justificación de una buena parte de su violencia, también sería un gran golpe abrir la colaboración a otras especies.


CJ: Porque los animales no pueden dar su consentimiento. Extraer sangre de criaturas que son incapaces de comprender o participar sería un acto de sacrificio más que de colaboración. Bien podría haber un lugar dentro del ritual más amplio de las Tesmoforias para el sacrificio, pero no como parte de la elaboración del plasma seminal. La donación de sangre en el proyecto es comunitaria, alegre y significativa para los participantes; es donde actuamos nuestra solidaridad. Además, creo que el patriarcado es una construcción social y, en consecuencia, es nuestra responsabilidad, de la humanidad, no de los animales, deshacernos de él.


AL: Abordar y deconstruir tanto la materialidad como el poder simbólico histórico y violento del semen está en el centro de la operación artística de In Posse. El proceso científico mediante el cual se desarrolla el semen femenino permite eliminar tanto la eyaculación como la penetración, posiblemente los gestos con más carga de violencia relacionados con el semen masculino y un bastión del imaginario de la economía fálica, y sin embargo la imagen borrosa de la eyaculación es recurrente en tu video. ¿Podrías hablar sobre la función de esta imagen en tu ensayo visual?


CJ: No se trata tanto de difuminar (censurar) la imagen, sino de transformarla. In Posse intenta abordar el semen como un símbolo que históricamente se ha utilizado para solidificar las nociones tradicionales binarias de sexo y género y metamorfosearlo para que pueda utilizarse para socavar los paradigmas patriarcales. Quería crear imágenes que pudieran hablar de esta idea de transformar/distorsionar/subvertir, pero sin dictar cuál podría ser el resultado final. Mi objetivo era tomar este significante patriarcal transcultural —la eyaculación pornográfica— y transformarlo en algo estéticamente mutable, cambiante y entre distintos estados. Si bien he evitado oscurecer por completo los orígenes de la imagen, la forma simétrica suavizada y que pulsa lentamente con un eje central oscuro adquiere la estética de una simbología más tradicionalmente femenina; se parece un poco a una vagina, o tal vez todavía son un par de penes chorreantes, o ambos, ¡o ninguno! El caso es que es una imagen difícil de digerir. Es difícil categorizarla o definirla, tiene un final abierto: es más una pregunta que una declaración.

También es significativo que la imagen se refleje. A lo largo del ensayo, está el tema del agua, los reflejos y los espejos. Éstas son membranas de transición, lugares donde el mundo se duplica, invierte y cambia, donde vislumbramos versiones alternativas de nuestra realidad, reconocibles pero también ajenas, ominosas y familiares. A esto aspiramos Susana y yo con el proyecto, dar una mirada de otra manera.


AL: Me encanta la referencia que haces a la insistencia de Maggie Nelson en lo queer del embarazo y, de nuevo, en la forma en que presentas tu colaboración con la Dra. Lopes como "investigación performativa" —que tiene el poder de dar vida a lo que anhela simplemente con el proceso de buscarlo—, me recordó otra cita de Los argonautas que aún no he entendido del todo y quiero preguntarte qué significa para ti: “No produzcas y no reproduzcas, dijo mi amigo. Pero en realidad no existe la reproducción, sólo actos de producción”.[1]


CJ: La reproducción presupone algo copiado, la producción es algo creado. Aunque usamos el término reproducción para referirnos al acto de tener hijos, los propios niños nunca son copias fieles de los originales (¡gracias a Dios!). Los niños siempre son algo nuevo; algo producido, se podría decir.

También existe la idea de que la reproducción es algo doméstico, en contraposición a que la producción es algo económico, con valor. Como feministas, reconocemos que el trabajo de reproducción también tiene un valor económico muy real: los miles de millones de horas de trabajo no remunerado que las mujeres han proporcionado tradicionalmente como madres-esposas-cuidadoras han sido tan esenciales para el crecimiento económico como el trabajo “productivo” realizado tradicionalmente por los hombres. Entonces, en este sentido, no puede haber distinción entre trabajo reproductivo y productivo.


AL: En cuanto a la decisión sobre qué compartir de los festivales de las Tesmoforias que viviste en este proyecto, hablas de darle la vuelta a la tortilla y del uso del conocimiento como un arma de subyugación. Sabemos que no es sólo lo que el patriarcado retuvo a las mujeres, sino lo que las obligó a mantener en secreto entre ellas, como dice Alicia Ostriker: “De repente me di cuenta de que el embarazo y el parto eran temas mucho más tabú que, por ejemplo, el sexo […] Tabú, porque los hombres estaban celosos de nosotras, no sabían que lo estaban, y teníamos que protegerlos del conocimiento”.[2] Si tuvieras que transformar este manifiesto —en el que combinas toda la experiencia y el conocimiento radicales que te han dado el estar embarazada y dar a luz mientras realizabas este proyecto— en un cuento para tu bebé, ¿en qué se centraría? En el contexto de la mutación política por la que estás luchando, ¿qué no debemos olvidar nunca de compartir con nuestros hijos?


CJ: Que podemos cambiar. La transformación es fundamental para nuestra biología. Nuestros cuerpos, mentes, culturas, sistemas políticos, sociedades y especies no son estáticos y nunca lo han sido. Somos mutables y, por eso, hay esperanza.


AL: Este ensayo visual es también, como dices, una autobiografía teórica que te lleva de regreso a un proyecto de escuela de arte en el que confrontaste la historia del arte dominada por hombres con una representación irónica del “estilo eyaculativo” de Pollock. Si, en lugar de un círculo completo, lo consideraras como una espiral en tu trabajo, ¿cuál sería el siguiente paso?


CJ: Antes de este año, podría haber dicho que quería rehacer este proyecto, filmarme muchos años mayor haciendo una pintura estilo Pollock usando semen femenino. Pero ahora, al escribir esto, me pregunto si la autorreflexión de la historia del arte podría ser un poco presuntuosa, y quizás aburrida, en comparación con algunas de las cosas más verdaderamente radicales que he experimentado en fechas recientes. Así, la continuación de la espiral sea tal vez hacer obra con mi hija o con mi propia madre. Estoy pensando en matrioshkas, cordones umbilicales, placentas, etc… El año pasado conocí a un científico especializado en la placenta con quien me gustaría reconectarme. Es un área de investigación realmente fascinante. La placenta es quizás el máximo espacio liminal, una membrana entre dos seres: un sitio para la hibridación genética. También es un órgano extraño, cultivado por el feto, no por la madre, como creo que la mayoría de nosotros suponemos. Entonces, la placenta que tengo en mi congelador es de hecho de mi hija, no mía. Del mismo modo, si tuviera que usar mis propias células madre para hacer crecer una placenta, sería la misma que llevaba mi madre cuando me parió. Sería un terreno fértil para un proyecto.

Dentro de In Posse, también estoy interesada en profundizar en la ritualización de la ciencia y la recuperación de la biología. Hace poco hablé con Susana sobre el potencial de producir células sexuales al dividir a la mitad el material genético de mis células madre. Imita de forma efectiva el proceso de meiosis (en el que tu cuerpo produce espermatozoides/óvulos al dividir las células por la mitad, por lo que contienen la mitad del ADN del original) en el laboratorio. Lo que me atrae de esto es que este es el momento en el que “Dios juega a los dados”, aquí es donde colapsan las infinitas posibilidades genéticas de un ser humano individual. Me gustaría explorar esto, ¿quizás podríamos crear un método poético para aleatorizar la distribución genética? ¿Quizás esto podría ser parte del ritual de las Tesmoforias?

Fuera de este proyecto, recientemente comencé una colaboración por medio del British Council que se ha suspendido debido a la pandemia, pero que me gustaría mucho continuar. Estaba trabajando con una maravillosa científica-poeta argentina, pensando en la liminalidad de nuestros cuerpos en los niveles molecular y cuántico. Las cargas dipolares atraen o repelen la energía. El sistema sensorial detecta diferencias sutiles en estos dipolos y responde moviendo literalmente los límites de los objetos dentro del cuerpo: estamos en un flujo, nuestros cuerpos cambian de manera constante, se adaptan, responden, se transforman, todo sin fronteras estables. Estamos hechos de partículas cuánticas. Los científicos postulan el entrelazamiento cuántico, un estado en el que las partículas se reflejan entre sí en el tiempo y el espacio, como una explicación de la conciencia humana. Creo que la biología cuántica nos hace algunas preguntas realmente interesantes que me gustaría abordar, como: ¿Dónde comienza y dónde termina el cuerpo? ¿Existe un cuerpo definible? ¿Hay organismos finitos dentro de una red de vida?
 


[1] Maggie Nelson, The Argonauts, Minneapolis, Graywolf Press, 2015, p. 143.

[2] Alicia Ostriker, “A Wild Surmise: Motherhood and Poetry”, Moyra Davey (ed.),  Mother Reader: Essential Writings on Motherhood, Nueva York, Seven Stories Press, 2001, pp. 156-157.