Correspondencia entre Lúa Coderch y Virginia Roy

De: Virginia Roy

Para: Lúa Coderch

Fecha: 18 oct. 2020, 23:49

Asunto: Lugar y materiales


Estimada Lúa:
Me ha llegado tu última correspondencia. Gracias por compartirme parte de los refugios que has hecho durante este tiempo. La fragilidad de estas construcciones me parece cautivadora y a la vez me interpela su firmeza por delimitar el propio espacio que habitamos para formar un lugar. Me ha hecho preguntarme cómo has seleccionado cada paraje. Hay algo de esta selección que me recuerda al encuadre cinematográfico, a la captura de la imagen dentro de un marco más amplio, inmenso. Sin embargo, como has comentado, la creación de este “nido” también responde a la búsqueda de un lugar seguro y cómodo, aunque camuflado para su protección, como los pájaros.

Después de ver las imágenes de las construcciones, he estado pensando sobre su materialidad, los elementos que empleas. Me detuve en su propio construir a través de la formalización de los diversos materiales que encuentras. La importancia de lo constructivo en la naturaleza que descubres me ha hecho pensar en el libro Ensayo sobre la arquitectura de Marc-Antoine Laugier, en su reivindicación de la cabaña y los elementos naturales como inicio de la arquitectura:

“Algunas ramas caídas en el bosque son los materiales propios para su designio. Escoge cuatro de las más fuertes y las alza perpendicularmente disponiéndolas en un cuadrado. Encima coloca otras cuatro de través, y sobre éstas coloca otras inclinadas que se unan en punta por dos lados. Esta especie de tejado está cubierto de hojas los bastante apretadas entre sí como para que ni el sol ni la lluvia puedan penetrar a través de él; y he ahí al hombre ya alojado. Es cierto que el frío y el calor le harán sentir su incomodidad en esta casa abierta por todas partes, pero entonces llenará los espacios comprendidos entre los pilares y se encontrará guarnecido.”

Espero que estés bien, te mando un abrazo.

 

 

De: Lúa Coderch

Para: Virginia Roy

Fecha: 25 oct. 2020, 12:21

Asunto: Re: Lugar y materiales

 

Estimada Virginia:

Me da mucha alegría leerte y retomar esta forma de correspondencia que había quedado apartada por otros asuntos. La echaba de menos. 

Tienes mucha razón al hablar de la formación de un lugar, es algo que yo misma he visto después, ¿sabes? Y, sin embargo, era prácticamente lo más importante de lo que estaba haciendo. Verás, cuando empecé a construir estos pequeños refugios no estaba pensando en eso en absoluto. Era 2015 e investigaba la posibilidad de desaparecer voluntariamente: volverse invisible, borrarse del mapa, dejar todo atrás y quizás empezar de cero, bajo una forma completamente distinta. Venía de terminar otro proyecto anterior, Estrategias para desaparecer (2011), y había recopilado una gran cantidad de dibujos procedentes de manuales y guías de supervivencia en la naturaleza. Eran pequeños esquemas que explicaban cómo guarecerse en una situación extrema, cómo camuflarse o cómo sobrevivir una noche al raso. Me atraía ese imaginario romántico de la fugitiva, de una forma que tal vez ahora me avergüenza un poco. Así que tenía todos esos dibujos, más de un centenar, para todo tipo de paisajes: bosques, desiertos, paisajes helados, playas... Cada paisaje tenía sus propias técnicas constructivas en función de los materiales disponibles. Si había piedras, se construía con piedras, si había ramas sueltas, pues con maderas, claro. Hay mucho de Laugier en esto, como bien dices, y de esa concepción elemental de la arquitectura que también me atrae mucho. Yo no sabía qué hacer todavía con aquello, pero lo había asimilado: en cierto modo, estaba presente para mí.

Un buen día salí al monte más cercano e hice un primer refugio. De ahí surgió en 2015 Night In a Remote Cabin Lit by a Kerosene Lamp (que puedes ver en este enlace: https://vimeo.com/128885011), un antecedente de Shelter. Para esa construcción llevé en la mochila postales que he recibido a lo largo de mi vida, sacadas de esa “caja de tesoros” que de un modo u otro todos tenemos. Al volver del monte escribí a una amiga y le conté sobre la construcción del refugio, sobre el modo en que algunos objetos nos sirven de recordatorio de pasajes de nuestra vida, en la línea de lo que dice Jean Paul Sartre acerca de que el pasado es un lujo de propietario.

Todo Shelter sale de ahí. Empezó como un mero juego, un ejercicio un poco infantil, porque para mí también remite a las casitas que montamos debajo de la mesa durante la infancia. Al cabo de poco, el juego se fue volviendo un poco más serio: por una serie de circunstancias que se dieron mientras trabajaba en el proyecto, de pronto me vi inmersa en la desorientación, en un momento de duda o de incertidumbre vital. Ahí es cuando lo que estaba haciendo tomó sentido y dejó de estar relacionado con el querer desaparecer. Porque, claro, ese movimiento de huida o de disolución se interrumpe cuando llega la primera noche: responde a una necesidad inaplazable de resguardarse en cuanto se pone el sol.

El refugio, una pequeña arquitectura torpe y provisional hecha con lo que se encuentra en el lugar y lo poco que se lleva encima, es la traducción material de esa necesidad de concretar, de asentarnos en el lugar en el que circunstancialmente nos encontramos, aunque sea por poco tiempo y a pesar de las dudas. De pronto lo que estaba haciendo empezó a girar sobre aquellas cosas en las que se concreta el sentido en nuestras vidas: el amor, la amistad, la memoria y los objetos que la albergan, los relatos que recibimos y que construimos, la posibilidad de decir y de encontrarnos con otros. Todo aquello que constituye para nosotros una cardinalidad, una referencia a partir de la cual orientarnos. De modo que sí, como me dices, hay en todo ello un ejercicio de delimitación, de dibujar un encuadre contra la inmensidad. Y luego lanzarse dentro de ese encuadre.

 

 

De: Virginia Roy

Para: Lúa Coderch

Fecha: 30 oct. 2020, 0:35

Asunto: Re: Lugar y materiales

 

Gracias, Lúa, por tu email. 

Ha sido como abrir una ventana y entender tu refugio dentro del refugio. Tus palabras me hacen pensar sobre la necesidad de conformar, de saltar y entrar en ese encuadre que comentas, como la pieza de Anselmo [Entrar en la obra, 1971] que insertas en tu obra. Además de la delimitación como ubicación, pienso en cómo esa delimitación nos da forma y nos hace asirnos a una materialidad. Y de qué manera la cardinalidad que aludes deviene corporalidad, porque no es sólo fijar en el espacio, sino el espacio que se crea en sí mismo. 

Parte de lo que nos sucede actualmente es que nos cuesta dar forma a la desorientación. Esa desorientación que mencionas en la letra de la canción de la pieza: “La gente aquí, parece saber exactamente qué hacer, me miran y piensan que también yo sé". Esa desubicación se perfila, por ejemplo, de manera significativa en la presencia de la brújula en otro de los episodios, ese objeto preciado que hurtas de pequeña en casa de unos amigos, presa de la fascinación por la aguja magnética. 

Desaparecer es una forma de desorientación y al revés. Recuerdo al escritor catalán Enrique Vila-Matas y sus múltiples intentos de desaparecer, como en la novela Doctor Pasavento. Andrés Pasavento desaparece, siguiendo los pasos de su adorado escritor Robert Walser (otro esquivo fugitivo), pero Pasavento se da cuenta de que nadie lo busca ni lo extraña. Presiento que esta desaparición, que también es desorientación, se puede leer como un eje articulador de tu pieza. Y parte importante de estos refugios es asumir ese desconcierto e incertidumbre. 

Te mando un abrazo.

Virginia

 

De: Lúa Coderch

Para: Virginia Roy

Fecha: 3 nov. 2020, 2:55

Asunto: Re: Lugar y materiales

 

Buenos días desde el otro lado del océano.

Dices que he abierto una ventana. Mientras te escribo, desde la mesa de la cocina, sobre la mesa bañada de sol, un rollo de papel, también de cocina, ondea como una banderola blanca. Su baile ondulante, que nadie más mira, hace un ruidito muy suave, como de ala de pájaro. Es verdad, la ventana ha quedado entreabierta. Desde esta ventana, si me pusiera de pie, se ve un patio: un patio interior de ciudad. Debajo de mi ventana no hay ropa tendida, sólo un trapo acartonado. Y más abajo se abre una terraza vecina. El suelo es de baldosas, unas más naranjas, otras más rojas, colocadas como si fueran espigas. Esta terraza, barrida y soleada, tiene un lavadero al fondo, bajo un tejado de uralita con aspecto raído, y está delimitada por una valla alta de tela metálica. Yo creo que tantos relatos empiezan hablando de la posición, de la ubicación, porque toda voz está enraizada de algún modo, por precario que sea el lugar.

En Shelter intentaba poner de lado esas dos ideas, una ubicación, una delimitación material, como condición previa para todo lo demás. La desorientación es el fondo contra el que nos movemos. Por eso, la brújula que mencionas aparece por lo menos dos veces. Una vez, el objeto en sí, como instrumento para orientarse en el espacio. Y la segunda, como dices, en el recuerdo que explica cómo esa brújula en concreto llegó a mis manos, a través de un acto ilícito que, por eso mismo, se fijó en mi memoria y se volvió un punto de referencia. La desorientación y la orientación aparecen en muchos otros momentos, como cuando hablo de subir a la copa de un pino y reconocer el trazado de las calles conocidas y los distintos rasgos del paisaje hasta donde alcanza la vista, desde ese lugar privilegiado. Y sin embargo, de nuevo, lo que me lleva a subir al pino es, en primer lugar, un intento de desaparecer. Como en Doctor Pasavento, sí, o también me has hecho pensar ese increíble cuento de Nathaniel Hawthorne, “Wakefield”, en el que el protagonista se esconde de su familia durante largos años, justo en la casa de enfrente, al otro lado de la calle, para ver su vida sin él.

Sobre el borde de alambre que cierra la terraza vecina, a lo largo del día van haciendo parada todos los pájaros que revolotean cerca, pero nunca se quedan mucho tiempo. Ahora una tórtola, tras dos cotorras que se paran unos instantes mientras se pelean. Dos cotorras y ahora un gorrión. Y más tarde una garza. Las gaviotas no, las gaviotas pasan, con un aire de amenaza, pero no se detienen nunca sobre la cerca de alambre: pesan demasiado. Es un patio interior de ciudad y esto quiere decir que, en el otro lado, las fachadas principales de las casas dan a calles llenas de tráfico y de gente que va arriba y abajo con sus asuntos. Pero en el patio no hay nada de esto. Sólo se siente un rumor de fondo y se hace difícil distinguir ruidos concretos, tal vez una moto que acelera saliendo de un semáforo, o una sirena, o un avión, o una música. Las voces se sienten amortiguadas, se cuelan por las ventanas medio abiertas y suenan como si hubieran perdido toda su densidad, incluso si se trata de una risa de buena gana o de alguna criatura que se alborota.

El otro horizonte de Shelter, además de los recuerdos y los objetos, son los demás: otros seres, queridos o desconocidos, vivos o muertos. Aquí hay una idea sobre la que sigo trabajando en el presente. Tengo la certeza de que hoy nuestro sentido se establece de forma solidaria. Vivimos entre incertidumbres y añoramos la densidad de la convicción, puesto que los grandes relatos que habían estructurado nuestra historia se han ido desmenuzando en un proceso que parece acelerarse progresivamente. La desorientación, podríamos decir, es el precio que tenemos que estar dispuestos a pagar por emanciparnos de la autoridad paterna, sea Dios, el rey, la ciencia, la tradición, el progreso, el futuro. En cierto modo, podemos decir que somos huérfanos de sentido y que, tal como dice Lauren Berlant, nos encontramos inmersos en la convivencia simultánea e incoherente de múltiples narraciones que intentan dar cuenta de lo pasa, de lo que parece posible e imposible en nuestra vida personal y colectiva. ¿Qué merecemos? ¿A dónde podemos llegar? ¿Qué nos puede hacer felices? ¿Qué papel jugamos para los demás? ¿Es esto todo? ¿Hay algo más allá de la supervivencia? Por eso se vuelve tan importante volver a pensar, sin nostalgia, en el sentido e ir reconstituyendo nuestros propios relatos de forma colectiva y solidaria, como decía, de lo que puede ser una buena vida. Esta idea es la que aparece en They Look at Me and They Think That I Know Too, el capítulo que mencionas. Allí es la primera vez que pienso en esta posibilidad, en que esta desorientación no sea sólo mía.

 

¡Un abrazo!