El enjotecimiento como hackeo. Una conversación entre Javier Ocampo y Jaime González Solís

 

Jaime González Solís (JGS): Tu práctica surge de la experiencia de habitar la diferencia de un cuerpo moreno en un país racista, así como la de ser homosexual en una sociedad primordialmente homofóbica. Esto te ha llevado a construir respuestas radicales que ensayan una contraposición a las violencias estructurales. ¿Cuáles son las principales herramientas que has encontrado en la enunciación artística para contravenir y hackear estos sistemas?

 

Javier Ocampo (JO): Primero, diría que se trata de una suerte de terapia personal, una salida a todos esos sentires físicos y emocionales que se somatizan por la discriminación y los prejuicios, darles la vuelta recurriendo al humor. Antes de que alguien me insulte, lo haré yo mismo, pero con humor agudo, y emplearé esa jiribilla creativa que me situará por encima del insulto cruel, burdo y rancio, demostrando que hasta para humillar soy mejor que el normal y el moral. En ese acto, se infiltra una reflexión, una exigencia y una enunciación de lo que soy. Recurro al vehículo de las estéticas de “lo cutre”, de “lo mal hecho”, para reafirmar ese sentido de la cultura baja, de lo mal visto y elevarlo al pedestal de las “bellas artes”.

 

JGS: Este video es, sobre todo, un videoclip. Los personajes y las evocaciones simbólicas se dejan afectar por el dembow desmedido de un electro-reguetón-marica, que además se mezcla con sonidos de ladridos y caracoles prehispánicos. ¿De qué manera el género musical del reguetón puede seguirse vinculando con una posibilidad de transgresión, tomando en cuenta su actual asimilación en la industria musical global?

 

JO: Los géneros que están asociados a la barrialización y a la racialización serán, en su mayoría, tomados por “baja cultura”, pese a que los ritmos, ensambles y atmósferas son constantemente absorbidos para pasarlos por procesos de blanqueamiento a manos de sus nuevos y prefabricados representantes. Aun así, siempre habrá grupos emergiendo y siendo objetos de críticas por su apariencia e idiosincrasia. El género musical se podrá despojar del barrio y cambiar de empaque estilizado para un consumo factible, pero los creadores abyectos que rompen la norma siempre seguirán ahí para hacer ruido y afectar el consumo aprobado por lo hegemónico, generando un ciclo de absorción-abyección-disrupción-blanqueo.

 

JGS: En varios proyectos, has hecho referencia al pasado precolonial mesoamericano para complejizar las múltiples identidades borradas en el territorio mexicano por la ficción del mestizaje racial y cultural. Esta línea ha sido explorada en búsquedas artísticas y culturales, sin embargo, tu obra lo hace de modo contundente al cruzar la disidencia sexual y su intersección con una perspectiva antirracista desde una mirada kitsch y neobarroca. ¿Cómo entiendes la potencia de volver a pensar en el pasado al invocarlo en consonancia con referencias de las violencias contemporáneas?

 

JO: Al reeducar el pasado desde una perspectiva marica y cuir, dar posibilidad a la ficción fuera de la norma impuesta, reivindicar los sucesos, humanizar los hechos históricos, sexualizar la historia para descarnar el futuro, desprender esa silueta de eunuco de los héroes, de los antepasados se logran ficciones que se transforman en nuevas formas de entablar la identidad.

 

JGS: Una de las cosas que más disfruto al ver tus piezas es el juego con el humor y la desfachatez. Este registro incide directamente sobre los prejuicios que pueda haber ante el hecho de travestir símbolos, de “enjotecer” referencias y de sexualizar los cuerpos para desactivar la solemnidad de los reclamos recatados y tradicionalistas. ¿En dónde encuentras la motivación para articular la transgresión de estos órdenes?

 

JO: Al crear objetos artísticos me resulta imposible desprenderme de la vivencia, de lo anecdótico: hablo desde la entraña para conceptualizarla y enunciar mis problemáticas inmediatas. A veces hacer lo más sutil logra despertar lo más escandaloso de la moralidad cristiana en el espectador. Me gusta llevar al maximalismo estridente de la indignación, hechos, espacios o mementos irrelevantes.