Futurología práctica

Alejandra Labastida


Charlotte Jarvis tiene una relación prolífica con la ciencia. Se ha aliado con ella para desarrollar materialmente sus inquisiciones sobre los límites del cuerpo. Mejor dicho, sobre los límites que ciertos discursos imponen sobre el cuerpo mientras contrabandean ideología con argumentos científicos, como ha denunciado desde sus inicios la filosofía feminista de la ciencia. In Posse: “Semen” femenino y otros actos de resistencia forma parte de una trilogía que usa tecnología de células madre e ingeniería genética. Desde la perspectiva de una formación pictórica que irrumpe constantemente en sus proyectos, Jarvis encontró en las células pluripotentes —células que potencialmente pueden ser inducidas para convertirse en cualquier tipo de célula del cuerpo— el equivalente al color primario definitivo.

La primera pieza de la trilogía es Ergo Sum (2012-2013), concebida como un autorretrato: se trata de una copia física de la artista realizada con células madre transformadas en células neuronales, cardiacas y sanguíneas genéticamente idénticas a las de Jarvis. La segunda, Et in Arcadia Ego (2014-2015), es la interpretación de Jarvis del cuadro de Poussin del siglo XVII del cual tomó el título. La pintura retrata un paisaje idílico toscano en el que unos pastores leen en un monumento la leyenda “incluso en el paraíso, ahí estoy”, que hace referencia a la muerte. En la versión instalativa de Jarvis, el paisaje es una sala de espera de hospital. En ella se despliega visualmente el proceso de transformación de sus células sanas en cancerígenas dentro de un laboratorio.

En sus años de estudiante, Jarvis reaccionó a lo que consideró una lectura profundamente machista de la historia del arte con un performance en el que ejecutaba su versión de un Jackson Pollock salpicando pintura con un pene artificial amarrado a su cuerpo. Quince años después decidió emprender la misión de producir su propio semen a partir de sus células madre, en colaboración con la Dra. Susana Chuva de Sousa Lopes. El complicado proceso de hacer semen comienza por intentar borrar o desactivar una de las X (el marcador genético femenino) de las células madre de Jarvis mediante mutación acelerada, escaneo y selección; después se deja crecer una colonia saludable de estas células que han cambiado de género a fin de generar células productoras de esperma, similares a las que provienen de los testículos.

Las obras de Jarvis se materializan en instalaciones, videos y performances; sin embargo, lo que presentamos ahora en Sala10 es un video que une dos pistas: la primera, el performance de una conferencia o manifiesto sobre los aspectos artísticos, científicos, éticos y afectivos del proyecto. La segunda, un ensayo visual donde se alternan tomas de la bebé de Jarvis con escenas de laboratorio, tomas microscópicas, paisajes acuíferos y de atardeceres, donde el cuerpo desnudo y embarazado de la artista realiza gestos de tono ritual. También aparecen imágenes fuera de foco de una eyaculación que se superponen con escenas rituales colectivas.

Esta tercera obra también tiene un título en latín: In Posse, que significa en potencia, literalmente, antes de nacer. Aunque el título de la trilogía es Corpus, me parece que In Posse resume mejor el impulso detrás de estos trabajos. El color que encontró Jarvis en la tecnología de células madre es la potencia hecha materia viva. Apostar por proyectos en potencia, todavía no realizables por limitaciones legales, éticas o tecnológicas quizás sea un acto cotidiano en el mundo del arte, pero tiene otras implicaciones en el universo científico. Esta condición le permite a Jarvis plantear su colaboración con la Dra. Lopes como una forma de activismo tecnológico, biológico y creativo, y sobre todo como un acto feminista.

Por su lugar como bastión de la masculinidad, reclamar la posibilidad de crear semen femenino significa reescribir la narrativa cultural sobre el género y socavar la jerarquía y el poder patriarcal. En las palabras gozosas de Jarvis: “CHINGARSE AL PATRIARCADO”. Pero ello no tiene nada que ver con el éxito o la efectividad del experimento ni con la inversión de millones de euros en becas e infraestructura que involucra. En todo caso, la investigación puede tener una variedad de aplicaciones terapéuticas en relación con resolver la infertilidad masculina.

Jarvis interrumpe la lógica patriarcal por el mero hecho de sugerir un mundo donde un grupo de mujeres genera su propio semen. Producir semen femenino se convierte en un acto de habla cuando opera dentro de una investigación performativa que, independientemente de sus resultados prácticos, trae a la existencia aquello que anhela por el simple acto de buscarlo. Como ella lo plantea, una transubstanciación científica colaborativa que sucede en el proceso, en momentos y decisiones específicos, como la de generar el plasma seminal no sólo con su sangre, sino con la de un grupo diverso de mujeres, personas trans y no binarias, y hacerlo a través de un ritual que socava la idea del individuo creador. En este punto entra en juego la intención de Jarvis de inscribirse en una narrativa no sólo científica, sino histórica al nombrar estos rituales como “Tesmoforias”, el antiguo festival griego. Las condiciones machistas de la cultura helénica no permitieron que quedarán registros de este festival exclusivo para las mujeres. En cambio es una decisión de orden político y artístico que la documentación de esas Tesmoforias reinventadas sea también casi inexistente.

Pongamos de lado las referencias del trabajo de Jarvis en la historia del arte. Quizá este proyecto encaje con la importancia que ha tomado la ciencia ficción feminista o afrofuturista para las prácticas activistas que buscan conjurar nuevos mundos. La reinvención de la reproducción, el trabajo del cuidado y del género es la premisa nuclear de gran parte de la literatura feminista de ciencia ficción: un futuro vegetariano y sin violencia, en donde los hombres se extinguirían, las mujeres se reproducirían por partenogenesis y ya no habría familia nuclear, sino un cuidado colectivo de las niñas (como en la obra de Charlotte Perkin Gilman, Herland, 1915). Los experimentos genéticos de los mundos extraterrestres de Ursula K. Le Guin, donde hay 16 mujeres por cada hombre, las mujeres se casan entre ellas y los hombres son confinados, “protegidos de la educación por su propio bien” y exclusivamente dedicados a responder a las necesidades reproductivas o eróticas de las mujeres (El asunto de Seggri ,1994), o donde la reproducción es asumida indistintamente por humanos hermafroditas asexuales que definen su sexo durante una etapa de celo (La mano izquierda de la oscuridad, 1969). Esos son sólo algunos ejemplos de una larga lista que podemos trazar hasta el referente fundacional de Frankenstein (1818) de Mary Shelley. Uno de los grandes aciertos de Jarvis es entender que este tipo de actos de habla que ofrecen horizontes optimistas, radicales y queer (como se titula uno de los capítulos del video) son, en nuestros tiempos, mejor servidos si se sigue la premisa postulada por Donna Haraway en el Manifiesto Cyborg (1985): acoger la tecnología y la ciencia en la lucha feminista.

Más allá de convocar una identidad matriarcal mítica para abolir la necesidad de los hombres, Jarvis intenta mostrarnos una realidad biológica no sólo en potencia, sino que está frente a nosotros, en nuestras células, escondida bajo las espesas capas de niebla con las que la narrativa cultural envuelve nuestros cuerpos. Si nos movemos a una escala cuántica y miramos de cerca cómo opera nuestro cuerpo, se escapa la posibilidad de definir un género o incluso de reconocer individuos con límites fijos y estables. Éstos también son una percepción construida: somos cuerpos en constante flujo con otras instancias vivas. Jarvis confía que aceptar nuestra naturaleza híbrida y mutable tendrá repercusiones existenciales profundas.

En última instancia, la gran pregunta que se hace Jarvis después de ser madre es por qué sigue siendo necesario realizar una investigación tan compleja como la que nos presenta para hablar de este tema, cuando todos experimentamos o acompañamos en nuestra cotidianidad el proceso más queer y radical de transformación al que se puede someter un cuerpo: el embarazo. En palabras de Maggie Nelson: “¿Cómo puede una experiencia tan profundamente extraña, salvaje y transformadora simbolizar o promulgar al mismo tiempo la máxima conformidad?”.[1]

Mientras la estructura económica, social y cultural que hace posible esta pregunta se sostenga, trabajos como el de Jarvis seguirán siendo esenciales. Más allá de sus usos inmediatos, para, digámoslo juntas: ¡¡¡¡CHINGARNOS AL PATRIARCADO!!!

 


[1] Maggie Nelson, The Argonauts, Minneapolis, Graywolf Press, 2015, pp. 13- 14