Los oráculos de Mariana Castillo Deball
Sandra Rozental

En México nacemos, crecemos y nos forjamos como personas rodeadas de imágenes de piedras labradas y personajes ataviados con pectorales y tocados de plumas que se nos presentan como antepasados míticos. En El donde estoy va desapareciendo, al igual que en mucha de su producción artística, Mariana Castillo Deball retoma elementos de las antiguas civilizaciones que habitaron este territorio para recordarnos que lo prehispánico no siempre ha sido considerado la médula y el patrimonio de la nación. Los vestigios de este pasado también han sido objeto de miedo, violencia, destrucción, olvido o simple descuido, o en tiempos más recientes, de fascinación y curiosidad que llevaron a su despojo como especímenes científicos, parte de colecciones de museos o ejemplos de estéticas y ontologías indígenas.

Para esta pieza, Castillo Deball explora los documentos o “libros” prehispánicos —conocidos como códices— como uno de estos vestigios. Se interesa en ellos como un medio de comunicación para contar historias, cuyas técnicas narrativas y lenguajes visuales son diferentes de aquellos utilizados por las culturas occidentales en sus libros. Por ejemplo, en los códices, las secuencias de imágenes transmiten mensajes que se “leen” de un modo muy distinto a un texto que emplea alfabeto y sintaxis. Más a modo del cómic o la historieta, en ellos pueden convivir en un mismo plano representaciones de lugares y personajes en diferentes tiempos o, incluso, puede mostrarse un mismo evento desde la perspectiva de una gama de actores de manera simultánea. Además, estos documentos invitan a lecturas no lineales mediante elementos visuales que guían la mirada en diferentes direcciones, como lo hacen las huellas de pies que atestiguan caminos emprendidos o migraciones.

Castillo Deball ofrece un nuevo códice hecho en el siglo XXI que retoma varias de estas técnicas narrativas y lenguajes visuales. La pieza es un dibujo que se desdobla en una tira de papel a modo de códice, acompañada de una pieza audiovisual que también replica la estructura de estos documentos. La artista recurre al video para entretejer una secuencia de figuras con fragmentos de música y un collage de voces masculinas y femeninas. Estas voces leen pedazos de textos en cuatro idiomas europeos (español, inglés, alemán e italiano) para aquellos escritos de autores que intentaron interpretar los contenidos de los códices en distintas épocas y contextos, y en náhuatl (un idioma que en tiempos prehispánicos usaba glifos y logogramas en vez de alfabeto) para textos más poéticos que buscan representar cosmovisiones indígenas. La música y las voces, muchas veces traslapadas, contribuyen a la heteroglosia que constituye al códice como objeto a través del tiempo y a la meditación que propone la artista sobre el lenguaje y la imposibilidad de acceso a significados puros.

En efecto, Castillo Deball retoma los códices como vestigios materiales que se transformaron en campos de posibles interpretaciones del mundo prehispánico. La artista elige trabajar con el Códice Borgia: uno de los pocos libros adivinatorios —o tonalpohualli— que se conservan y que servían para predecir el destino de los seres humanos. Estos libros revelaban, pero a la vez oscurecían ya que recurrían a asociaciones, metonimias, metáforas y analogías que necesitaban ser interpretadas por especialistas a cargo de desenmarañar las capas de significados cifrados en lenguajes visuales. Según sabemos, los sacerdotes y adivinos que usaban estos libros —ellos mismos insertos en las culturas que los realizaron— pasaban años estudiando para volverse capaces de interpretarlos. En efecto, los libros del destino funcionaban como espejos, como instrumentos de revelación donde la persona que los leía, desde su propia experiencia y saber incorporado, se veía y a la vez veía en ellos lo que estaba oculto para la mayoría. Justo por eso, este tipo de códices han sido renuentes a revelarnos sus secretos en el presente.

El Códice Borgia en particular es considerado el más impenetrable de los códices adivinatorios incluso para los especialistas. En él se plasma un sofisticado conocimiento del tiempo, complejos sistemas para ordenarlo y elementos esotéricos para predecirlo y manipularlo, que han sido objeto de numerosos estudios. Sin embargo, hasta la fecha, sabemos realmente poco acerca de su historia. No sabemos con certeza cuándo, por quiénes ni en dónde fue elaborado. Tampoco sabemos bajo qué circunstancias llegó a Europa, donde fue descubierto en el siglo XVII en una biblioteca privada en lo que hoy es Italia y adquirido por el cardenal Stefano Borgia, a quien le debe su nombre.

Mediante la interacción entre imagen y audio, la pieza reproduce y a la vez desarticula el códice como un documento legible. En su propuesta, Castillo Deball utiliza figuras extraídas del Códice Borgia y de otros como el Glasgow, el Tudela y el Azcatitlán que retratan la violencia de la conquista y la quema de documentos considerados como fuentes de idolatría indígena, pero los reproduce en blanco y negro sin su característico color. La artista, siempre interesada en los procesos de la reproducción y la relación entre positivos y negativos que implica la impresión, el grabado y el gesto de dibujar, vuelve a trazar figuras antiguas, pero a la vez las destila y simplifica, sin necesariamente volverlas más accesibles o transparentes.

Como lo hubiera hecho un sacerdote en la época prehispánica, Castillo Deball selecciona sus propias combinaciones de figuras y signos para hacer hablar al Códice Borgia, para darle voz al oráculo. Sólo que no es el futuro —nunca es solamente el futuro—, sino su pasado que de alguna manera también constituye el destino, lo que el códice cuenta. Narra su travesía de México a Europa, sus aventuras y los riesgos que corrió en manos de diferentes actores —inquisidores, coleccionistas, estudiosos, incluso unos niños traviesos que intentaron quemarlo sin mayor idea de qué tesoro tenían entre sus manos.

Castillo Deball no pretende revelar nuevos conocimientos sobre los códices en general, ni sobre el Borgia en particular. En realidad, busca contar nuevas historias sobre estos documentos y sobre el conocimiento que en ellos se plasman, reutilizando sus técnicas narrativas: el uso de la gráfica y de elementos visuales para transmitir mensajes, el palimpsesto de tiempos y espacios, la estructura del libro-biombo plegado a manera de acordeón, la aparición de lenguajes híbridos y traducciones fragmentarias resultado de un momento de contacto intercultural.

Si bien las instituciones, los museos y los estudiosos del mundo prehispánico se han dedicado a ofrecer explicaciones, a acompañar cada hallazgo bajo la tierra de contexto, procedencia e información detallada, Castillo Deball nos invita a acercarnos al pasado prehispánico y a sus vestigios, incluso aquellos que como los códices han sido entendidos como libros que se pueden leer, traducir e interpretar, desde la falta de pistas y de claves seguras. Nos invita a verlos desde su carácter irremediablemente incierto, incompleto y abierto. Tomando prestado el título de la pieza Esquema para una oda tropical a cuatro voces del poeta Carlos Pellicer —otro entusiasta y coleccionista de lo prehispánico— la artista desbarata los esfuerzos de la ciencia que busca “capturar” y estabilizar estos documentos y nos permite verlos desde su potencial poético, desde el asombro, la especulación y los excesos que se escapan de cualquier demanda de significados únicos, claros y coherentes.

Para Castillo Deball, lo prehispánico, sus restos materiales y sus diversas interpretaciones contienen claves para entender quizás más el presente que el pasado. A través de su obra, donde figurado réplicas de piezas emblemáticas como la Coatlicue, reelaboraciones de mapas coloniales, el reciclaje de textos, prácticas y metodologías de arqueólogos reconocidos y la apropiación de técnicas narrativas y lenguajes visuales prehispánicos, la artista reanima no sólo este pasado, sino los modos en que sus vestigios han dado vuelo a la imaginación a través del tiempo. Se enfoca así en lo que llama los “márgenes” de la arqueología: sus soportes, instrumentos y procesos que también han sido clave para constituir sus objetos. Desde ellos, revela cómo las ruinas y los restos de ese pasado han desencadenado interpretaciones de repente certeras, otras veces fantasiosas, otras más ubicadas en un lugar intermedio y tremendamente productivo entre ciencia y ficción.

Al reiterar los gestos materiales encarnados en la creación y lectura de los códices adivinatorios, la artista desnaturaliza sus interpretaciones y el deseo que tenemos de proponer una lectura única y estable de sus contenidos. Castillo Deball utiliza el dibujo y el video para elaborar un nuevo objeto adivinatorio con muchas posibilidades de interpretación que dependen, como los libros del destino prehispánicos, de quién, cómo y cuándo se realizan. En El donde estoy va desapareciendo, la artista crea un nuevo instrumento donde podemos ver nuestros propios destinos que se forjan también en el pasado. Reconstituye así al códice como un espejo donde podemos ver y vernos, esta vez, desde el tiempo presente.