Relatos susurrados para perder el nombre propio
Por Rafael Mondragón Velázquez


1.
Una voz suave corta el silencio del encierro. Es un susurro que convoca a la paciencia. En medio de la angustia de este tiempo de muerte, el susurro es voz que vibra, piel que habla a la piel, pensamiento encarnado que respira y, en su respirar, alenta la experiencia: invita a dejar de hacer dos o tres cosas a la vez. Ésta es una advertencia para mi lector: la pieza que estás a punto de ver dura más de 30 minutos, por lo que vas a tener que aprender a estar de otra forma con ella.

Se trata de un susurro que instaura el tiempo denso del secreto, el “entre-dos” de la intimidad que permite refugiarse del Afuera absoluto y crudo al que hemos sido arrojados y en el que vivimos en la cárcel de nuestras pantallas, nuestros dispositivos y nuestra indignidad. Hoy murieron tres personas cercanas, y la voz susurrada del video me acompaña en este tiempo de muerte. Pienso en los duelos que cargarán las personas que verán esta pieza en su breve exposición virtual en un museo de México. Duelos por la gente que se va, y también por la crisis de un modo de vivir, un proyecto civilizatorio en entredicho (una manera de reproducir la vida, de trabajar, de dar clases, de construir vínculos con lxs demás). Un mundo nuevo que no nace, y uno viejo que no termina de morir… Imagino que, en estas circunstancias, escuchar esa voz también significa participar de un saber medicinal en donde la memoria del mito se activa para volver pensable el dolor inobservado del racismo.

Recuerdo algo que dijo hace poco Paul Gilroy al referirse a la obra de Frantz Fanon que era médico. “En Fanon cada argumento sobre la violencia, cada comentario sobre la violencia está enmarcado o calificado como un argumento sobre la curación”. [1] Recuerdo también que la autora de esta pieza se formó, primero, como psiquiatra. Grada Kilomba comenzó reflexionando sobre el duelo, el trauma y la construcción de capacidades para enfrentar la violencia. Luego, como sin querer, se fue volviendo artista. La confluencia entre las trayectorias de ambos me hace pensar en las maneras en que este susurro puede alimentar una reflexión sobre la salud y la potencia de la vida, sobre cómo podemos cuidarnos en nuestro ser vulnerable para afrontar colectivamente este tiempo de muerte, sobre qué tipo de proyecto civilizatorio queremos construir para el futuro.

2.
Algunos dirían que la obra de Grada Kilomba combina de manera vanguardista registros que vienen de la investigación académica, la narración oral y las artes performáticas. También se podría decir —y yo creo que sería más correcto— que Kilomba actualiza una antigua tradición, la de lxs griots y lxs gos que hacen vivir la memoria a través de relatos en los que la experiencia del presente se vuelve pensable, recupera su ambigüedad y su profundidad.

En este movimiento, la oposición moderna (y colonial) entre tradición y progreso se desarma en favor de una comprensión más compleja del tiempo, la experiencia y lo colectivo. Dice la voz de la pieza: siento que no tengo nada nuevo que decir y por eso traje una historia antigua; la verdad es que ya lo sabemos todo, sólo tendemos a olvidarlo… Traer a la memoria ese resto olvidado puede permitir que el dolor del presente emerja a la palabra y se vuelva posible pensarlo, reírse de él. Ni moderno ni posmoderno: transmoderno, como Enrique Dussel ha llamado a todo ese conjunto de saberes y experiencias históricas que vienen de otro tiempo, que fueron encubiertas por la modernidad colonial y que, sin embargo, perviven en el presente y nos invitan a pensar un proyecto civilizatorio alternativo.

En Illusions Vol. I. Narcissus and Echo hay mucha risa. En la tradición intelectual donde se inserta esta pieza hay una relación entre pensar, reír y curar, así como entre filosofía, arte del relato y puesta en público del cuerpo. También entre contar, escuchar y transformar (y ser transformado), pues —como escribió una vez el pensador keniano Peter Wasamba— un relato no es relato hasta que ha sido contado, no ha sido contado hasta que ha sido escuchado y, como una vez que ha sido escuchado, cambia, un relato no es relato hasta que ha cambiado (y añado: hasta que nos cambia).

Por las razones anteriores podría decir que Grada Kilomba es una filósofa que reflexiona a través de ficciones narradas en susurros. Con ayuda de un conjunto de actores, esos susurros dan pie a pequeños cuadros vivientes: ilustraciones que repiten lo narrado con pequeñas intervenciones, acentos y signos de puntuación, leves toques de sentido del humor, parodias del texto contado. El mismo relato está contado en pequeñas viñetas numeradas que se enhebran siguiendo la lógica de la poesía: contigüidad, analogía, repetición, expansión.

El relato se repite dos veces: la primera vez, es narrado; la segunda, es reflexionado. Pero la reflexión no agota el relato ni revela su significado oculto: cada regreso construye una nueva variación del relato que le añade algo, despliega un sentido, contradice, comenta o propone una nueva dirección. De la misma manera, este nuevo relato del mito antiguo no se presenta como su aclaración o exposición definitiva. Es tan sólo un regreso situado y encarnado que añade algo, despliega un sentido, contradice, comenta, puntúa, señala un camino nuevo. Frente a la ilusión de un saber que es idéntico a sí mismo (y frente a principios de la razón pretendidamente universales como los del tercero excluido, la identidad y la no contradicción), esta filosofía expresada en relatos presenta un saber que se entiende como pulso, vibración y variación, en estrecha relación con la vida.

3.
Ahora que la decolonialidad se ha vuelto una moda académica que permite ganar becas, disputar fuentes de empleo y formar parte de circuitos de visibilidad en el Norte global, Illusions Vol. I. Narcissus and Echo invita a participar de la descolonización como una tarea permanente, inconclusa, que compete tanto a la propia subjetividad como a la cultura, la sociedad y la historia. Es una reflexión sobre el amor, la soledad y la capacidad de reconocer al otrx como valioso, lo que nos obliga a retomar nuestra condición inacabada. Grada Kilomba nos cuenta que la maldición de Narciso lo condena a amar únicamente algo que no podrá nunca amarlo de regreso: su propia imagen reflejada, que buscará en lxs demás, en un intento infructuoso de aferrar una imagen que se desvanece cuando está a punto de tocarse. Esa maldición se relaciona con su incapacidad de amar o de reconocer a otrxs como objetos de amor: la única posibilidad que tendrá de amar a otrxs será mirar en ellxs lo que él (cree que) es. Narciso está, así, preso de una imagen limitada de sí mismo, y es ajeno a esa fuerza del amor por medio de la cual unx otrx radical nos interpela y nos hace perder el nombre propio: estar vivo de verdad, volverse un desconocido para sí mismo, no saber nada del pasado o el futuro, saltando por encima de las limitaciones neuróticas en que cada persona se encierra a sí mismo.

Eco, por otro lado, está condenada a buscar el amor de Narciso sin ser reconocida como un ser distinto, y en su intento de reclamar ese amor, irá quedando vacía de palabras propias para volverse su eco difuso. Odiándose a sí misma, intentará imitarlo y se comprometerá cada vez más en un pacto de amor imposible, perverso, en donde la condición para merecer el amor de Narciso será el borramiento cada vez más radical de sí misma, de su palabra, su historia, su cuerpo: una tarea imposible, y por tanto infinita, que convertirá el amor en una persecución angustiosa en camino a alcanzar ser auténtico.

¿No es así como se han imaginado a sí mismas, desde hace siglos, las élites intelectuales de África y América Latina? ¿No es así como imaginaron a sus países? Comunidades históricas incompletas que corren angustiosamente por el camino del progreso, la industrialización y la civilización, siempre a punto de “llegar a ser” algo verdadero, algo distinto de ellas; de limpiar a nuestra población del último resto de barbarie, de despojarse de esa mácula que les impide ser uno con la imagen anhelada de Europa. La relación entre Eco y Narciso le sirve a Grada Kilomba para construir una metáfora de la sociedad blanca y patriarcal en que vivimos, de la pervivencia dentro de ella de una herida colonial. Pero también le sirve para presentar un punto de observación sobre eso inacabado de cada unx de nosotrxs que llamamos “amor”: esa desmesura más allá de la moral; el momento más opaco de la propia experiencia donde cada persona se vuelve un enigma para sí; ese espacio profundamente personal, intransferible e incomunicable que, al tiempo, está atravesado por lo social, la política y la historia.

Sanar nuestra relación con el amor es importante en este tiempo de muerte donde la construcción de un proyecto civilizatorio alternativo pasa también por la construcción de una nueva ética y política de los afectos. Se trata también de celebrar ese resto ambiguo y complejo a través del cual nos encontramos con aquellxs que creemos diferentes a nosotrxs y, con ayuda de ellxs, remontamos el miedo, el auto-odio y la culpa, perdemos nuestro propio nombre, nos despojamos de las certezas aprendidas en la experiencia colonial y nos abrimos, colectivamente, a la experiencia política de imaginar un futuro más digno. Bienvenidas sean todas las piezas, las exposiciones y los proyectos museográficos que abonen a esa tarea.


[1] “In Fanon every argument about violence, every single comment on violence is framed or qualified by an argument about healing”. Véase la conversación completa en este enlace.