Ese grupo de nosotras tres

Una conversación entre Ana Gallardo y Cuauhtémoc Medina

Cuauhtémoc Medina (CM): Es muy notorio cómo Estudio I para la restauración de un perfil (2020) involucra una serie de superposiciones: funde espacios, tiempos, historias y cuerpos, ademas de tu posición como intermediaria entre una serie de personajes. ¿Cómo conseguiste las cartas que tu madre le envió a tu padre cuando era joven?

Ana Gallardo (AG): Fui a Granada y un amigo de mi papá, un hombre a punto de morir, me dio un paquete que custodió durante más de sesenta años: “Esto ya te corresponde. Yo ya voy a morir: es hora que lo tengas”, me dijo. Cuando mi papá migró a Argentina con mi mamá, se las dejó a este señor, su mejor amigo de la infancia y quien admiraba a mi padre porque era un poeta que logró trascender su situación de miseria. Fue él quien guardó todo ese material confidencial. Seguramente no se las regresó nunca porque mi papá se casó muchas veces, tuvo varias mujeres.

CM: No deja de ser extraño que un grupo íntimo de cartas, que parecieran parte del cuerpo, se guarden como un tesoro y luego sean lanzadas a la siguiente generación. Las cartas registran una negociación muy difícil: un profundo amor, una obsesión, pero también una interrogación artística. Tu padre es poeta; tu madre, pintora, y ella trata de pensar qué hacer con esa sensibilidad.

AG: En realidad la decisión de trabajar con ellas es, primero, porque se trata de un cuerpo ausente que siempre ha sido, de alguna manera, violentado. Ella nunca logró ser la pintora que hubiera querido. Su época y clase social no se lo hubieran permitido. Mi familia mexicana-española es muy religiosa, atada a las normas: la mayoría no ha estudiado, casi todos mis primos son trabajadores sin formación, y ella que estudió Bellas Artes no tuvo oportunidad de ejercer su carrera. No estaba permitido que fuera una artista: podía pintar bodegones o algo similar, pero en esas cartas hay una gran frustración, un anhelo de pensar, de estudiar y de ver el mundo de otra manera, acciones que tiene vedadas. Y sólo se anima hasta que aparece mi padre, y ya siendo mayor.

       Esa idea de amor romántico es lo que te salva. Muchas de nosotras también hemos sido educadas, por generaciones, para pensar que el hombre, y el patriarcado nos van a completar y brindar ciertos logros. En realidad, mi madre logró cumplir su deseo cuando se fueron juntos a Argentina. Había algo en todo eso que me gustaba descifrar. ¿Cómo puede ser una lucha tan pequeña en un mundo tan prohibido, tan vallado como el que tenían esas mujeres? Además en Santander, en el franquismo, con la religión, la clase social, todo eso. Hoy releí una carta en la que ella dice: “Ahora yo voy a poder leer y estudiar, voy a poder comprender mejor tus poesías”. Hay algo de ingenuidad, que es poderosa también, pues refleja una sed de saber.

CM: Hace unos días leí un tuit que me resultó doloroso y revelador: una joven expresaba su ambición de no engancharse en un amor romántico, pues prefería crear una “cadena de afectos responsables”. Uno de los postulados que ha introducido el feminismo es que el amor es la táctica con la que se introduce el poder patriarcal. Eso me resulta doloroso porque puedo entender el argumento, pero yo pertenezco a la generación que pensaba que enamorarse perdidamente era la vida.

AG: Me lo cuestiono yo misma. De hecho vivo en una situación de amor romántico. Tengo una pareja dentro de la norma y me he enamorado toda la vida. De pronto, todas las palabras del texto de mi madre me interpelan pensando: “Ah, eso también somos todas, y es muy difícil cambiarse de ese lugar”. Lo que me gusta mucho del texto es que, para ella, el amor romántico es una herramienta para irse y lograr lo que quiere, aunque después fracase. Él era el hombre, el poeta, la representación de la intelectualidad. En medio de esta discusión que estamos teniendo las feministas, me parece hermoso lo que le ocurre: ella logró, por lo menos, fantasear, subirse a un barco con ese hombre que amaba, quien además personificaba el arte, la bohemia, la fiesta. En eso se condensaban todos sus deseos: no sólo era el amor, sino la libertad. Hay momentos en los que ella se entrega pensando: “Yo quiero ser lo que tú quieras que yo sea”. Esas partes también las he vivido y reflejan que ni siquiera podemos entender quién es uno. Hemos sido educadas para que el otro nos termine de conformar. Te ofreces y recibes tu alma, tu ser, tu intelectualidad. Ese descubrimiento y esa pelea, en ese momento específico, me parecen feministas.

CM: Es una lucha de muchas fases y experimentos, y en ninguno puede presentarse como una emancipación definitiva. En el texto de presentación del video, propones que éste se conecta con tu crítica de la violencia a la vejez. No consigo entenderlo a cabalidad.

AG: En realidad decidí trabajar con la idea de mi madre mucho antes de este video. En múltiples trabajos discuto con el sistema del arte. Hay ciertas reglas para las que una artista mujer, después de los 50, tiende a desaparecer, incluso en el valor del mercado y respeto del saber. El proyecto de la Escuela de envejecer (2016 a la fecha) siempre cuestiona esos saberes. Volviendo a mi madre, comencé a pensar que ella había sido una artista que no tuvo reconocimiento en su momento. Al ser una mujer joven, tenía 39 años en ese momento, la crítica no la aceptó porque tenía una práctica que no era el lenguaje contemporáneo. Ella también lo padeció. En un periódico de Rosario, Argentina, encontré la crítica a la única muestra que hizo. Seguramente la escribió un amigo suyo que no la quería destruir, así que le da “esperanzas”. En el texto, él destruye la obra, pero termina diciendo “es joven y en algún momento encontrará su camino y su lenguaje”. Me pareció violenta también esa manera proteccionista.

       Hay algo de esa situación que me interesó traer hacia mi trabajo. Encontré sus cuadros, los voy a repintar, los voy a exhibir y voy a hacer una muestra en conjunto para darle visibilidad, irónicamente en este momento en el que se están rescatando a tantas artistas mujeres. Quiero entablar un diálogo con la vejez desde ese lugar, incluso con mi propia vejez. Yo ya estoy trabajando desde la tercera edad, por eso aparezco también en mis videos. Ya estoy vieja: ahora yo estoy en el mismo lugar de padecer esas situaciones.

CM: En el video te haces filmar recorriendo la casa que perteneció a la restauradora Mónica Baptista, en la calle de Seminario 12, a un lado de Templo Mayor, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, usas ese encuadre para leer las apasionadas cartas de tu madre. Es un sitio que no puede estár más que en el centro de esta ciudad: bajo el balcón, uno mira las ruinas aztecas y a los concheros haciendo limpias. ¿Qué te impulsó a usar ese lugar para hacer emerger la voz de tu madre y por qué asocias ese acto con una “reparación”?

AG: Cuando investigué la vida de Mónica Baptista, me llamó mucho la atención que ella fue a estudiar pintura a Bélgica. En la universidad conoció a un restaurador que la convirtió también en restauradora. Ella deja su carrera de Bellas Artes para convertirse en asistente y aprender las herramientas de la restauración. Sin embargo, Mónica Baptista siempre quiso ser pintora o artista y no se animó. También entiendo, según los relatos, que en su decisión además intervino la economía: era apropiado que fuera una restauradora profesional, pero no una artista bohemia. Al recorrer la casa, vi los gestos de una restauración que tomó mucho tiempo y cariño, y vi ahí un vínculo con la relación que mi madre tenía con México. Había una relación desde su “fracaso”, en términos de que ellas dos no entendían quiénes eran o cómo podían tomar posición. Hay una serie de escalones, de luchas de poder, que me pareció interesante recuperar al recorrer esa casa: una de las piezas que restauró Mónica con más afecto y que también es un gesto de frustración. Hay un techo, en el comedor, donde finalmente pudo hacer una pintura, como un gesto rebelde mínimo y una frustración permanente. Me propuse unirlas y recorrer la casa religiosamente. Casualmente me vestí con un vestido de negro: parezco una monja que “sana” la casa. Nunca antes hice algo así de performático, después de la Casa rodante (2007), donde mi cuerpo está presente de una manera muy amorosa. Sentí que era muy amoroso ese grupo de nosotras tres frente a un fracaso.