Todos somos curadores. Una conversación entre Cristina Lucas y Cuauhtémoc Medina



Cuauhtémoc Medina (CM): ¿Cómo se genera el The People That Is Missing [El pueblo que falta]?

Cristina Lucas (CL): Fue una comisión hecha por dos instituciones noruegas, Office of Contemporary Art (OCA) y Artica, para pensar sobre el archipiélago de Svalbard, uno de los lugares más al norte de la tierra, que tiene una historia muy especial. Los habitantes empezaron a ir ahí para cazar ballenas, después se explotó el carbón, con el tiempo se volvió muy interesante geopolíticamente y finalmente quedó bajo soberanía de Noruega, pero regulado por el Tratado de Svalbard, que obliga a la igualdad de trato con respecto a la explotación de sus recursos entre los ciudadanos de los 46 países firmantes. Además es un lugar muy geoestratégico. Se esperan grandes beneficios del deshielo del Océano Ártico: por un lado, el uso de la ruta marítima del Polo Norte es un viejo sueño, pues es la ruta más corta para transportar mercancías entre Europa y China. Se espera, sobre todo, que el deshielo del casquete permita el acceso a los yacimientos de combustibles fósiles, inaccesibles hasta ahora, que todos los países firmantes quieren explotar. El archipiélago está habitado por un montón de científicos que desde el Norwegian Polar Institute estudian el cambio climático, porque allá es donde primero se notan las consecuencias que todos vivimos un poco después. Entonces, ésta es una avanzada de muchas situaciones contemporáneas que afectan a todo el mundo, como también le ocurre a la presente pandemia.

Éste es el momento de sentirse parte del globo y ver la globalización como algo más que un concepto: pensar realmente la tierra como “tu patria”, un lugar muy chiquitito donde todo está concatenado. Eso es lo que yo pensé que podía ir a mirar allá.

CM: Hace unos meses nos encontramos en Madrid por la feria Arco y tú me pedías que mirara este video. Yo sé que estás muy orgullosa de tu trabajo, pero no te había visto tan insistente, con la urgencia de que viera una pieza. Me asombró la idea de una obra donde el mundo se escribe e interpela al espectador y a la humanidad.
Para explicarlo a la gente, uno podría definir tu trabajo como “un acto de pensamiento”. Cada obra es una intervención en las imágenes, donde se propone una operación intelectual y afectiva que va más allá de una experiencia visual. En este caso, eso se aplica de una manera superlativa: tomaste frases clave, de una multitud de pensadores, que giran en torno a un concepto que Gilles Deleuze obsesivamente retomó de Paul Klee, el pintor suizo de inicios del siglo XX: “El pueblo que falta”. En tu obra haces que el paisaje nos hable desde esas citas. ¿Cómo llegaste a estas conclusiones? Porque, en realidad, es una cadena extraordinaria de ideas.

CL: El proceso fue muy tortuoso. No recuerdo haberla pasado tan mal pensando en otro proyecto como en éste. Era demasiado complejo y ha sido revelador porque realmente no había empezado a leer, hasta ese momento, sobre globalización y cambio climático. Hay muchos textos destacables, como el libro de Bruno Latour Nunca fuimos modernos o como Mundos por venir, de Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, fantástico ensayo, y muchos más. Lo primero que te da es una especie de pánico al entender que el sistema es tan frágil y que forma parte de una cadena a punto de romperse. Es una revelación, no solamente política o económica, sino moral y sociológica, que funciona en muchos niveles. En lo emocional, hay que recuperar valores muy antiguos, tienes que volver a contactar con tu lado más animal, pensar en el planeta como un lugar de todos y para todos. Entonces, empecé a leer cada vez más cosas y finalmente entendí qué hacer en un sitio donde, sobre todo, se explota el carbón y además se cazan ballenas, pues Noruega todavía las come por tradición, a pesar de que están protegidas y de que es un sitio donde hay una gran cantidad de científicos por metro cuadrado analizando el cambio climático. Junté, como en un borrador, todo lo que había estado leyendo y traté de estructurarlo como un poema de otras personas, pero que nos sirve a todos. Entendí que, en realidad, era una traducción de unas señales muy claras, que aunque no sabemos resolver, por lo menos debemos tenerlas muy presentes.

CM: La noción de señales es algo que desde la primera conversación que tuvimos sobre esta obra me asombró. Hay una predicción, un señalamiento sobre el futuro que carece de significado porque, para decirlo de manera técnica, uno es “negligente”, en el sentido más estricto, de no ser capaz de leerlo. Técnicamente, en tu video, hay imágenes, que supongo están alteradas, con otras que implicaron trazar letras en el paisaje. ¿Podrías hablar un poco de la producción? ¿Cómo se realizó la obra?

CL: La producción fue muy tensa porque la naturaleza manda mucho en Svalbard. Fue muy complicada la grabación porque con el clima nunca sabes. Había contratado a un equipo y ellos estaban ahí por una semana, pero si salía el sol o no salía, si nevaba o no, si había viento o no, de eso dependía si podían hacerse las tomas. Hubo muchas cosas del guion que no pudieron hacerse y después se incluyeron en postproducción. Pero bueno, casi todo se resolvió, ya que el poema era una especie de hilo conductor en el que podía añadir o desagregar cosas.

CM: Hay algo en la secuencia de las citas que usas que es intrigante y al mismo tiempo revelador. Al inicio, citas a Alexander von Humboldt, diciendo: “Todo está vivo”. Hay razones para pensar que Humboldt es el primero que se da cuenta de lo que llamamos “ecología” al advertir que la explotación produce extinción. De ahí, el argumento se enfila a interpelar el destino del territorio. Hay un par de latinoamericanos, el poeta Raúl Zurita u Oswald de Andrade, que intervienen con frases como “somos arroyos de una misma agua”, de Zurita. Uno queda totalmente pinchado con una frase que viene de la voz popular: “No hay planeta B”, y todo eso progresa a un lugar político. Me impresionó la manera en que ligas el pensamiento de Viveiros de Castro con el de Félix Guattari al referir que no hay distancia entre política y naturaleza. Me imagino que diste muchas vueltas para crear esa secuencia, que es una pequeña historia de la historia natural. ¿Era una idea que tenías previamente en la mente o se desplegó de esa manera?

CL: Salió de una manera un poco caótica. La forma de trabajar fue tan rara que, al final, lo que hice fue apuntar en papeles frases de aquí y de allá que me habían parecido relevantes. Tenía más ideas, pero éstas son las que conseguí concatenar. Luego, me urgía un final esperanzador porque no me parece que meter más miedo a la gente sea la solución de nada, ni en los momentos más desgraciados. Creo que es bueno pensar que existe algo que podemos hacer, aunque sea sólo un pensamiento. Entonces, la aparición de la frase de Paul Klee acerca de la necesidad del pueblo ausente fue maravillosa. Ofrece, digamos, una posible salida. Aun así me pasé un montón de días, no recuerdo cuántos, poniendo y quitando frases en el suelo de mi casa y de mi estudio, armando una especie de juego performático: cada vez que volvía a leerlo, lo cambiaba otra vez de posición. Miraba mis imágenes y las frases, resultó muy Frankenstein.

CM: Es muy importante el hecho de que, aunque una parte muy importante de tu trabajo tiene una base técnica y el video es un medio favorito, existe ese momento de manualidad, como los cut-outs de William Burroughs o del poema dadá, hecho con fragmentos agitados en una bolsa: implica la necesidad de hacer físicamente. En tu casa, a tu espalda digamos, tienes en la pared el título del video hecho con post-its, lo que se vincula con haber sido entrenada como dibujante y escultora. También se relaciona con el hecho de que el pensamiento de Deleuze y Guattari en torno a una política distinta se apoyara en la frase de una artista como Klee.

CL: Siempre hubo un gran respeto por todo lo que ya habían aportado los demás: por el trabajo que hacían todos estos científicos, y la visión de los ensayos y autores que había leído. Como dijo Joseph Beuys: “Todos somos artistas”, y eso es verdad, pero creo que ahora “todos somos curadores” porque hay una enorme cantidad de información. ¿Qué sentido tiene aportar más información si en realidad puedes estructurarla de otra manera? Yo no podía dejar de citar a todos esos autores: no tengo ningún problema con la autoría y no quiero dejar de citar a todo el mundo que haya que citar. No soy yo quien dice nada en el poema. De Svalbard se han dicho mil otras cosas, pero lo interesante es el hecho de elegir de qué hablar, en qué orden: ¿qué montañas van primero?, ¿qué mares van después?, ¿qué animales pasan antes? ¿Qué frases elegir de un autor, dónde ponerlo, qué imagen asignarle? En realidad, nuestra labor hoy es articular el flujo de información que está demasiado dispersa y que a veces no se puede comprender, en una especie de sistema legible.

CM: Tu trabajo me trae a la cabeza el concepto de Bruno Latour de la necesidad de crear un “parlamento de las cosas”. Lo que tiene que ser representado no solamente es “el pueblo ausente”, según la frase de Klee. Ahora también se trata de definir quién habla por las ballenas y por el desierto, cómo se produce un espacio político que vaya más allá de la dictadura de los seres humanos sobre la tierra, que no parece ser un sistema político benéfico.

CL: Sí, la idea de que, en realidad, todas las partes que componen el planeta deben tener su forma de expresión, como las montañas, el aire, los océanos, es una idea muy contemporánea de la que habla Latour. También es algo muy primitivo: nuestras deidades más antiguas estaban relacionadas con eso. Haberlo perdido de vista tuvo que ver con el abuso que se hace a la naturaleza desde la creación misma del comercio y del capitalismo incipiente, que empieza arrancándole metales a las montañas, como decía Fredric Jameson: “Es más difícil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Parece que es un final muy próximo, cada vez más próximo, porque somos incapaces de imaginarnos el final del capitalismo, y yo tampoco puedo imaginármelo, pero eso es nuestro reto como humanos, como pensadores, como creadores, como seres vivos, como políticos, como animales. En realidad a eso tenemos que dedicarle nuestra visión y nuestras fuerzas, a pensar de qué otra manera se podría existir. Es el reto que resolverá El pueblo que falta.

CM: Quisiera expresar las gracias por habernos permitido transmitir The People That Is Missing durante la emergencia de la pandemia; sobre todo por haber aceptado transmitir esta obra por vía electrónica, cuando está perfectamente planteada para mirarse en todo su esplendor en pantalla grande.

Cristina: Gracias a ti y espero que pronto podamos verla en todo su esplendor, en grande, y que la gente pueda llevarse el poema físicamente a su casa, vivir con él, pensarlo, pues esa es la idea fundamental del proyecto. ¡Salud!