Un salto de tigre hacia el futuro [1]
Filipa Ramos

El duelo es una experiencia unilateral. Atravesar una pérdida insuperable significa aprender a reestructurar ritmos, afectos, relaciones, memorias y temporalidades. El luto significa entrar en un período de suspensión, en un momento de inactividad necesario para adaptarse al cambio y reorganizar la vida. Con el tiempo, este proceso puede llevar a la aceptación de la ausencia y su restructuración: al enfrentar un vacío y entender la manera de lidiar con él, es posible restructurarlo gradualmente para seguir adelante y reinventar el futuro.

Quienes parten no conocen ningún proceso transformador, al menos a nivel social; por el contrario, comienzan un desvanecimiento gradual de la vida. A partir de la presencia persistente y conmovedora originada por su deceso, se reacomodan y colocan lentamente entre aquello que se ha ido. De esta manera, el duelo puede considerarse como una manera de aceptar una concepción lineal del tiempo donde se logran las ausencias, consideradas como irrepetibles e inaccesibles.

En la película de Saodat Ismailova, The Haunted [El acechado] (2017), el duelo por un animal desaparecido de Uzbekistán, patria de la artista, da paso al tejido de un complejo sistema de ecologías geopolíticas, afectivas, lingüísticas y ambientales que coexisten a través de diferentes momentos. Aunque no es el tema principal, la película presenta el tiempo como una entidad que mide el movimiento entre las diferentes relaciones.

Pasado, presente y futuro se observan a un mismo tiempo como construcciones humanas, como conceptos que pueden moldearse, repensarse y recrearse. Esta elasticidad de tiempos le permite a la artista inventar una manera de lidiar con la memoria en la que coexisten diferentes eventos (lo que ha ocurrido, los que está sucediendo y lo que habrá de ser) en un ahora extendido que está profundamente entrelazado con otras temporalidades.

Tal combinación de momentos da paso a otra forma de lidiar con el duelo y el luto: los que han partido, los que hemos perdido, siguen atravesando el espacio y el tiempo de la película, pues también se espera su presencia en los días venideros. Mediante esta cronología tan elástica, Ismailova también rinde homenaje a la naturaleza intrínseca de la imagen cinematográfica, la cual tiene la capacidad de renegociar continuamente con la historia la representación de los eventos y diluir la ficción y los hechos en culturas materiales e inmateriales. De esta manera, en esta película se extienden aún más las convenciones clásicas de las temporalización de la historia que se manipulan moviendo imágenes, lo que no sólo “visibiliza la historia”,[2] sino también posibilita su creación. Al hacer uso de imágenes y eventos relacionados con la identidad cultural de Uzbekistán, que muchos extranjeros desconocen, Ismailova convierte a los espectadores en un conjunto de testigos capaces de rendir testimonio de los hechos aludidos en la película. Este gesto avala la importancia de la narración como herramienta forense esencial, en especial cuando se realiza a través de un medio tan privilegiado para comunicar recuerdos y situaciones como lo es el largometraje. Al narrar una historia que existe en capas y tiempos simultáneos, la artista da paso a sus diferentes desenlaces: cada vez que se proyecta la película, los eventos narrados pueden desarrollarse de manera diferente. Así, el ritual del duelo se encuentra incorporado en un potencial transformador que beneficia no sólo a los dolientes, sino también a quienes han partido; su destino siempre puede cambiar y su presencia se puede convocar o invocar mediante la voz de la cineasta y su medio fílmico.

Esta dilución de tiempos convencionales, asociada con los ritos para comunicar y dialogar con diferentes formas de vida, crea una relación cercana entre The Haunted y las prácticas del chamanismo, a las cuales la película alude sutilmente. La artista filmó una película cuya operatividad se acerca a la de las ceremonias chamánicas, ignorando las tradiciones de los documentales etnográficos que privilegian los medios filmográficos para la observación e investigación antropológica. El tiempo es permeable, el pasado y el futuro son fluidos, las presencias existen en condiciones y modos de ser, los animales (incluidos los humanos) colaboran y hablan entre sí y las palabras pueden hacer que sucedan cosas.

The Haunted gira en torno a la extinción del tigre de Turán (Panthera tigris virgata), también conocido como el tigre turaniano (alusión al nombre antiguo de la tierra al norte del río Amu Daria, la “Tierra de Turán”), tigre del Caspio (alusión al mar Caspio, en cuya orilla suroccidental vivió un pueblo antiguo del mismo gentilicio), tigre hicarnio (océano Hicarnio fue el nombre que los griegos y persas de la antigüedad clásica le dieron al mar Caspio) o tigre persa babr mazandaran (en persa, babr significa tigre, por lo que se traduce como tigre de Mazandarán, una provincia iraní en la costa meridional del mar Caspio). Durante aproximadamente diez mil millones de años,[3] hasta las primeras décadas del siglo XX, esta subespecie del tigre se extendió por corrientes de agua aisladas, cuencas, corredores fluviales, riberas lacustres, manglares y pastizales de un área extensa que, como lo indican sus nomenclaturas diversas, se extiende desde el oeste hasta el este de Asia, desde el Oriente Próximo, los países modernos de Uzbekistán, Turkmenistán, Kazajistán, Afganistán, Transcaucasia y Mongolia hasta el noroeste de China.

En 1900, existían nueve subespecies de tigres, diferenciadas por el tamaño corporal, la estructura craneal, la coloración y el patrón del pelaje. Fueron nombrados según las regiones donde se encontraron. Estas subespecies son: el ya mencionado tigre de Turán, el tigre de Amur o siberiano (Panthera tigris altaica), el tigre de Amoy o del sur de China (Panthera tigris amoyensis), el tigre de Indochina (Panthera tigris corbetti), el tigre de Bengala o indio (Panthera tigris tigris), el tigre de Sumatra (Panthera tigris sumatrae), el tigre de Java (Panthera tigris sondaica), el tigre de Bali (Panthera tigris balica) y el tigre malayo (Panthera tigris jacksoni), que fue identificado como subespecie hasta 2004. A pesar de las variaciones significativas en las fechas, parece que las subespecies de Bali, de Turán y de Java se extinguieron en las décadas de 1940, 1970 y 1980, respectivamente. Hoy en día, se estima que entre 3200 y 4500 tigres de Bengala habitan en Bangladesh, Bután, China occidental, India, Birmania occidental y Nepal. Menos de 500 tigres siberianos viven en Rusia oriental, China nororiental y Corea. No existe ningún tigre del sur de China en libertad y sólo hay 50 en cautiverio. Alrededor de 400 o 500 tigres de Sumatra sobreviven en Sumatra y 342 tigres de Indochina viven en Tailandia, Birmania oriental y Vietnam. Entre 250 y 340 tigres malayos adultos habitan las áreas meridional y central de la península de Malaca y su territorio coincide en parte con el de la subespecie de Indochina.

Es difícil rastrear las fechas exactas de la extinción de las diferentes subespecies de tigres. Durante la investigación del tigre de Turán, la artista conoció a una pareja de ancianos que aseveraba haber visto un espécimen a finales de la década de 1960 en unos juncos en Corasmia, una extensa región en el delta del río Amu Daria, al oeste de Asia Central. Mientras filmaba en las ruinas de la enorme necrópolis de Mizdakhan, se encontró con algunos lugareños que afirmaban que los tigres aún regresaban cada cuatro o cinco meses y que ellos habían aprendido a reconocer su presencia mediante el sonido. Cuando están cerca, los perros, los insectos, incluso el viento, se quedan en silencio, como si la vida se detuviera; luego, en la mañana, encuentran huellas de tigre en el área. Otros registros presentan cronologías más tempranas. Algunos creen que el último tigre de Turán fue asesinado en 1947, cerca de la aldea de Agh-Ghomish, en los alrededores de la selva de Golestán, al norte de Irán. Otros dicen que el último tigre fue asesinado en Uludere, provincia de Hakkâri, Turquía, en 1970. También se dice que uno de los príncipes de la familia aristocrática rusa Golitsin mató el último tigre de Turán en 1906 en los alrededores de Taskent, donde The Haunted está ambientada.[4] Este tigre disecado se exhibió en el Museo Estatal de Naturaleza de Uzbekistán hasta 1960, cuando un incendio destruyó el museo y a los animales que se encontraban ahí. Posteriormente, el tigre fue reemplazado con un tigre de Bengala hembra disecado, cuya desafortunada historia refiere otro lamentable encuentro entre humanos y tigres.[5]

En The Haunted vemos a un trabajador de un museo de historia natural limpiando y cuidando un tigre disecado como si fuera un objeto doméstico. Este gesto revela el destino del animal, atrapado entre ser la prueba de su propio crimen y su fetichización final. Este tigre no es un fantasma (una entidad ultraterrena que llega al futuro) ni un muerto viviente (un cuerpo que se resiste al deterioro), sino un holograma: una simulación de la vida, un conjunto tridimensional abiótico de proyecciones que caracterizan la relación bipolar de la humanidad con el reino natural, al cual se consideran ajenos. ¿De qué otra manera se podría describir el proceso mediante el cual los humanos a la vez destruyen, veneran, lloran, adoran, explotan y conservan el mundo del que forman parte y las criaturas con quienes lo comparten?

Aunque ya no se cuentan entre los seres vivos, los últimos tigres de Turán residen en las vitrinas, los dioramas, los estantes, las cajas y los cajones de los museos de historia natural y colegios de zoología del mundo, pues ya no existen como seres vivos. Sus cráneos, huesos, pieles y cuerpos disecados son pruebas de su situación paradójica. Su materia se ha preservado, pero no sus vidas; en muy poco tiempo, incluso dejarán de existir como reminiscencia, pues quienes recuerdan haber visto un tigre de Turán vivo también se están extinguiendo gradualmente. Cada espécimen preservado experimenta una muerte doble: primero como individuo, segundo como especie.

La mayoría de los cuerpos de los tigres de Turán desaparecidos, muertos en gran medida por acción humana directa o indirecta, no se ha conservado. Los animales tenían poca o nula cabida en el extenso programa de recuperación de tierra establecido por el gobierno ruso en Asia Central durante los siglos XIX y XX (que tuvo el control de la región desde 1876), que necesitaba asegurar las condiciones adecuadas de seguridad para los granjeros y colonizadores, quienes consideraban que los tigres eran una peste que debía ser eliminada. De manera contundente, estas políticas fueron más efectivas en el exterminio de los tigres que en proveer al Imperio Ruso y luego a la Unión Soviética de la autosuficiencia agrícola a la que aspiraba.

Los gobernantes, el ejército y los granjeros actuaron de manera coordinada para matar tantos tigres como fuera posible. El Imperio Ruso les ordenó a los soldados que mataran a todos los tigres que encontraran en el área alrededor del mar Caspio. Los cazadores se veían atraídos por un llamativo sistema de recompensa que perduró hasta 1929; en el mercado, las pieles de tigre eran muy preciadas, pues valían entre 1500 y 2500 rublos, comparadas con los 300 a 500 rublos de un leopardo de las nieves, los 20 rublos de un caballo y los 10 rublos de una vaca.[6] Paralelamente, la tala de bosques y su reemplazo por monocultivos de arroz y algodón —cultivos que requieren una cantidad considerable de agua, de la que dependen también los tigres, pues su hábitat se encuentra en suelos donde abunda el agua— cambiaron de manera radical el entorno donde viven los animales. Esta acción también afectó la vida de la mayoría de los ungulados de la región, en especial de los jabalís y los venados, presa principal de los tigres, quienes, entre la caza, la transformación de su hábitat, causas naturales y enfermedades, experimentaron un rápido declive entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Despojados de su territorio, de su fuente de alimento, de sus áreas de circulación, cazados por dinero y estatus, los tigres de Turán fueron diezmados hasta su extinción. En la segunda mitad del siglo XX, sólo se les podía encontrar como apariciones folklóricas.

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La artista, confrontada con la imposibilidad de tener un encuentro directo con un tigre de Turán, lo aborda de manera poética escribiendo una carta de despedida donde lo trata como un ancestro, como un compañero terrateniente y como un pariente. Al combinar audio y video encontrados con sus propias grabaciones, la carta refleja la manera en que la historia de la extinción de un sólo animal es el resultado de una compleja combinación de hechos y suposiciones donde los asuntos personales y familiares están entretejidos con la historia geopolítica de un territorio y sus habitantes humanos y no humanos. La carta también revela las consecuencias de la desaparición de un animal: no sólo se extinguieron los tigres, sino un hábitat entero, que fue destrozado por la ausencia de uno de sus componentes fundamentales. La desaparición de estos tigres provocó no sólo un vacío ecológico, sino también abismos afectivos, identitarios, políticos y mitológicos que terminaron por crear un vacío en una parte importante de la cultura uzbeka y de Asia Central.

Sin embargo, The Haunted es más que una carta de despedida. Los eventos del pasado, cuando se narran sobre la grabación del actual territorio de Uzbekistán (paisajes áridos, interminables donde el horizonte es el único punto de fuga), obtienen la posibilidad de transformarse en algo diferente. Su recuerdo puede ayudar a establecer un nuevo futuro, cuya determinación no está impuesta por las condiciones del presente. Un gesto individual se traduce en una experiencia comunal compartida y el duelo se convierte en un proceso regenerador que tiene la capacidad de sanar de manera poética y concreta una situación destrozada y árida. The Haunted es el primer paso hacia la restauración del tigre de Turán y todo lo que este animal aporta y representa. Ahora ha comenzado una posibilidad de sanación.

Mayo de 2017, revisado en noviembre de 2022

Publicado originalmente en Dina Akhmadeeva, Erica Moukarzel, Yuliya Sorokina, Filipa Ramos, Marian Cousijn, Saodat Ismailova. 18000 Worlds. Ámsterdam, Eye Filmmuseum/NAI010 Publishers, 2023, pp. 82–87.

[1] El título es un préstamo de la frase “salto de tigre” (Tigersprung) de Walter Benjamin, quien la usa para describir las transacciones continuas entre eventos pasados y su actualización mediante contextos presentes. La sección original dice: “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura el tiempo homogéneo y vacío, sino el cargado por el tiempo-ahora. Así, para Robespierre la antigua Roma era un pasado lleno de ese tiempo-ahora que él hacía saltar respecto del continuo de la historia. La Revolución Francesa se entendía en tanto que una Roma retornada. Citaba a la antigua Roma exactamente como la moda cita un traje ya pasado. La moda tiene olfato para lo actual dondequiera que esto aún se mueva en lo espeso de otrora. Es el salto de tigre hasta el pasado. Pero tiene lugar en una arena donde impera la clase dominante. El mismo salto, dado bajo el cielo libre de la historia, es el salto dialéctico, como el cual concibió Marx la revolución” (Traducción tomada de Walter Benjamin, Obras, Libro 1, vol. 2, Madrid, Abada, 2015, p. 315).

[2] Frase tomada del documental Videograms of a Revolution [Videogramas de una revolución] (1992) de Harun Farocki y Andrei Ujicã.

[3] Se piensa que hace unos dos millones de años el género Panthera se diversificó en las diferentes especies que se han clasificado (Panthera tigris, el tigre; Panthera leo, el león y Panthera pardus, el leopardo). Alrededor del año 10,000 a.C., las ocho subespecies geográficas de la Panthera tigris comenzaron a diferenciarse.

[4] H. Ziaie, A Field Guide to the Mammals of Iran, Teherán, Iran Wildlife Center, 2008.

[5] El tigre de Bengala hembra vivo fue originalmente un regalo de la India al Zoológico de Taskent. Una delegación que visitó la ciudad durante las pláticas de paz en 1966 entre el Primer Ministro de la India, Lal Bahadur Shastri, y el Presidente de Pakistán, Mohammad Ayub Khan, que dio como resultado la Declaración de Taskent entre la India y Pakistán, vio un tigre de Bengala macho solitario en el Zoológico de Taskent y le envió un tigre hembra. El macho mató a la hembra durante la época de apareamiento y posteriormente su cuerpo fue enviado al Museo Estatal de la Naturaleza.

[6] Hartmut Jungius, Yuri Chikin, Oleg Tsaruk y Olga Pereladova, Pre-Feasibility Study on the Possible Restoration of the Caspian Tiger in the Amu Darya Delta, WWF Russia.
Disponible en:  https://wwfeu.awsassets.panda.org/downloads/final_tigerreporthartm5_07_2010.pdf