Lurtes de mi vida

Este texto es un fragmento del artículo “Lurtes de mi vida, Dios no existe”, publicado en el número 01 de <3 Chiquilla Te Quiero. Revista de Arte en México y Latinoamérica (primavera, 2020). Este texto atestigua la visita a la exposición New Order (2019) realizada por Vicente Razo en la Ciudad de México. Una segunda versión del proyecto aparece en el episodio 09 “New Order/Nueva normalidad” del podcast Gran Hotel Abismo (2020), programa en que Razo desarrolla “La primera sesión de escroleo académico”, una lectura poética de memes relativos al día lurtes, creados por el colectivo digital @tripsdensos. En el programa #MUACenlaCiudad, un proyecto de intervenciones urbanas curado por Alejandra Labastida y Virginia Roy, Razo presenta Nuevo orden (2019-2021). El calendario se desordena a pie de calle, el domingo se hace cifra permanente de terror religioso y patriarcal, y el lurtes refleja una urbe terrorífica.


New Order

El 26 de septiembre de 2019, Vicente Razo inauguró la primera versión de la muestra New Order en la Galería Garash de la Ciudad de México. La exhibición estaba desplegada en dos secciones de la galería, divididas quirúrgicamente por un texto escrito por el propio artista:

La semana es patrimonio empresarial. El primer código de control, la programación (literal) de lo ordinario. La primera orden en el lenguaje, C++ <<LMMJVSD>>. The first command…insert/escape … entrada/salida.

La necesidad de desbaratar el calendario quizás sea el trabajo político más trascendente que ha sido postergado: la prisa por lo real nos lo ha cancelado, y nos ha alejado del ritmo gélido de lo increíble. ¿Cómo arruinar el destino, desmantelar agendas, ensuciar la vida de todos los días? Reprogramar el presente para sugerir un cambio que comience en siglos, que ya se acabe la semana.

El mes 13, el día 32, la hora 25, el segundo 69. ¿Otro tiempo es posible? Si lo empezamos a nombrar quizás puede empezar a existir, es sólo cuestión de tiempo.



Vernos alejados por nuestras prisas del “ritmo gélido de lo increíble” parece activar un punto de ignición para buscar formas de quemarlo todo y empezar (cada día) un nuevo orden: son los mismos nombres de los días de la semana, pero retorcidos; un tiempo hipotético que le mete el pie a esa semana como patrimonio empresarial (y, por lo tanto, religioso) de los días laborales y sus 48 horas de consumo libre, “el finde” —para ese porcentaje de la población que puede y debe hacerlo.

Si después de leer el texto tomábamos el camino hacia el pasillo de la izquierda, entonces nos veíamos hipnotizados por un ambiente sonoro-visual. Al fondo, nos encontrábamos en un cuarto saturado, de piso a techo, con una serie de carteles. Esta habitación tampoco era desechable o una más de entre otras, se trataba de un espacio común para las clases medias artísticas mexicanas de la Ciudad de México: una casa cualquiera de la Colonia Roma con kilos de yeso para aparentar una restauración que aludía a una fuerte estirpe porfiriana, posrevolucionaria, posguerra civil, de mediados de siglo, del boom de la bolsa o del bang del narco —sea cuando sea que haya sido posible adquirirla—, eso sí, con sus baños con oropel del pasado.

El elemento extraño, gélido pero con una calidez popular, era el conjunto omnipresente de carteles pegados directo a muro, uno al lado del otro. Una especie de ejercicio de muralismo textual y reticular en soporte cartel de lucha libre que desplegaba órdenes aleatorios, malditos, absurdos, viscerales, de los días de la semana: después de un sábado, un lunes, o de un domingo, un viernes. Las variaciones se llevaban a un límite apenas soportable. Visiones que desde una mirada empresarial activaban una herejía para el hombre respetable (y tal vez machín, mala onda y, al final, culero): cada día exige sus expectativas, sus deberes, sus funciones, sus desfogues, sus descansos, sus culpas, sus dioses.

Pero esta semana reordenada no planteaba tampoco una especie de retorcida lógica nativista y originaria, con ínfulas de cambiar absolutamente todo: no esperaba un ideario metafísico y trascendental —vicio de los revolucionarismos utópicos, mesíanico-cristianos y poco científicos de nuestros días—. La intervención probablemente preguntaba: ¿y si mejor quebramos la semana como una botella en la cabeza del patrón? ¿Si desbaratamos la programación al reordenar los días y, así, en un juego de variaciones, descontrolamos su valor de uso y su lógica de cambio? Al centro de este espacio había un piano y la variación llegaba ahí más cerca del cerebro: Razo invitó a Emilio Hinojosa Carrión y a Jorge Solís Arenazas a realizar, en colaboración, la pieza Week/end. El artista aquí continuaba su escritura:

En realidad, ninguna fecha se repite.

Los pósters que cambian el orden de la semana se convierten en una partitura, indicaciones de otras posibles secuencias en el tiempo, los tonos y ruidos que envuelven el espacio son una lectura sonora de estos reacomodos, se aprovecha que el código del calendario se espejea en el lenguaje de la música: 7 días para 7 notas.

La composición es una biografía o un calendario accidental, subjetivo. Como en la memoria cada día es distinto, pero igual, el control por decreto se pierde y se desbarata el encadenamiento ordinario del tiempo. La armonía, arbitraria como siempre, sólo aparece en cualquier momento.

 

La sincronía arbitraria de los “7 días para 7 notas” desnaturalizaba el orden en una clave en la que, tal vez, la calva de Theodor Adorno se hubiera llenado de rizos pelirrojos: la esperanza que había encontrado en la dodecafonía de Arnold Schönberg se desplegaba en la sentencia brutal de que ninguna fecha, como ningún sonido, se repite. Pero la destrucción modernista de la reflexión en la historia de música misma, hacía explosión al quebrar también el patrimonio ordinario de los días. Un experimentalismo muralista que, por otro lado, hubiera sacado de quicio a David Alfaro Siqueiros y a su tarea de transformación ideológica de sus comitentes por vía poliangular.

Con las retinas y los tímpanos alterados, si regresábamos al centro de la sala y tal vez releíamos el texto para ver si entendíamos algo, podíamos entrar al otro cuarto. Éste desplegaba una serie de serigrafías, una tras otra, en una clave aparentemente tradicional de cubo blanco. Aquí el elemento disruptivo era, de nuevo, la textualidad y sus fantasmas cromáticos.

Razo presentó ahí la serie Lurtes, serigrafías en tres colores: verde y rojo sobre el blanco del soporte y negro para el texto sobrepuesto (en tipografía Courier New). Se lee: Lurtes, un día de la semana especialmente feo, inventado o tal vez apropiado por los irreverentes creadores de la cuenta de @tripsdensos (“pinches genios”, diría Razo). Si bien el verde y el rojo desde una perspectiva literal aludían a colores patrios, en la iconografía de Razo, de manera directa, referían al verde neón y al rojo chillón de la, ahora extinta, cuenta de Instagram. Aquí la sugerencia de un día entre lunes y martes —o que es lunes y martes al mismo tiempo o su clímax intermedio de mediocridad laboral, pauperizante y enclavada en una lógica del consumo del que no podemos definitivamente huir— aparecía como las líneas tipográficas de un tatuaje recién trazado.

En New Order, los días de la semana parecían ser esa variación aleatoria, enloquecida y consciente o, por otro lado, su promiscuidad sintáctica en clave de meme.

Antes de salir o de quedarte a emborrachar de manera ordinaria —o sea, hasta que acabes en la siguiente fiesta, o de plano en la calle, vomitando tus días para seguir al viernes laboral o de pauperizado artístico— veías una serie de carteles enrollados sobre la mesa a precio económico. Una estrategia virulenta y antifranciscana incorporada por el propio artista en casi todas sus exposiciones, casi en la lógica de las exposiciones posteriores a la Revolución Francesa donde sin clero, aristocracia, ni academia, el artista juega a (y lucha por) valerse por sí mismo.

 

A modo de cierre

Como preludio a la exposición, Razo diseñó la invitación de New Order. Esta es una impresión en tinta negra sobre papel blanco, y hacía una cita literal a la portada del casete de Substance (1987): una compilación de éxitos del grupo homónimo de Manchester, New Order, diseñada por Peter Saville, quien fue el diseñador de prácticamente todos sus discos.

Cita sobre cita y sobre gesto, gráfica, meme y herejía hacen emerger la sospecha de habitar entre tradiciones artísticas ahogadas por el tufo de sus propios eructos, rodeadas por alusiones a estirpes revolucionarias y asesinas, parodias de sagradas familias que se devoran en su crítica crítica. Tal vez en New Order —como en otros momentos de su producción— Razo ataca esa “crítica crítica” contemporánea, se burlan de la intelligentsia intoxicada y acomodada ideológicamente en tradiciones muertas e instrumentalizadas para constituirse desde el saqueo.

Y es que entre la demolición de la semana también aparece el llanto liberador de Guy Debord que, según Razo, en otra de sus series de arte correo, simplemente llora: Guy Debord, quien llora con Marx en el infierno (mientras ambos, tal vez, escrolean a @tripsdensos mientras se cagan de risa de Jake y el Gordo).

 

Julio García Murillo

Ciudad de México, en un lurtes de febrero de 2020

 

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