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Cuando el gas deja de ser invisible

“Es más fácil para un hombre mantener la moral frente a las balas que en presencia de un gas invisible”.

Amos Fries, Jefe del Servicio de Guerra Química del Ejército de Estados Unidos, 1928 [1]

Hace poco más de un siglo, en 1914, durante la llamada Batalla de las Fronteras, una nueva arma apareció entre las líneas de los ejércitos francés y alemán: el gas lacrimógeno. Los historiadores no se han puesto del todo de acuerdo sobre si hay que culpar de esta invención a los alemanes, que eran particularmente duchos en la experimentación química —cuyos avances habían suscitado la segunda revolución industrial—[2] o si el invento coronó “los esfuerzos de los químicos franceses […] por desarrollar un nuevo método de control de motines” que sorteaba las restricciones impuestas por la Convención de La Haya de 1899 en contra del uso de proyectiles con gas venenoso.[3]

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El propósito original del gas lacrimógeno era irritar, asfixiar y causar ceguera en los soldados para sacarlos de sus trincheras y poder rematarlos a balazos. En cualquier caso, la barbarie y deshumanización de la Primera Guerra Mundial encontró su mejor representación en las máscaras de gas de las tropas y en el uso de productos altamente tóxicos como el cloro, el fosgeno y el gas mostaza destinados, ésos sí, a matar o deshabilitar a los combatientes. La indignación pública por el sufrimiento y los daños a largo plazo que produjeron las armas químicas llevó a su prohibición en la Convención de Ginebra de 1925. Curiosamente esta convención fue respetada en la Segunda Guerra Mundial por los Estados en conflicto, aunque es bien sabido que “los sentimientos humanitarios no impidieron a los italianos gasear pueblos en las colonias”, ni tampoco evitaron el regreso de las armas químicas durante las guerras de Irán e Iraq en la década de 1980.[4]

Es una paradoja que estas armas prohibidas en los teatros de guerra hayan devenido en medios rutinarios para la represión en calles y plazas, tras ser comercializados por los mismos veteranos de la Primera Guerra, en medio de la polarización de los movimientos de masas y los choques ideológicos del periodo entreguerras.

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La frecuencia de las imágenes de nubecillas estallando entre manifestantes ha hecho que —como dice la historiadora Anna Feigenbaum— “la gente a menudo olvide que el gas lacrimógeno fue un arma química diseñada para torturar física y psicológicamente”.[5] Apenas en 2020, Amnistía Internacional denunció que el gas lacrimógeno se ha convertido en “una incómoda excepción de los esfuerzos por controlar las armas químicas y las armas en general”.[6] Su empleo para hacer frente al descontento civil se exponenció tras el ciclo de confrontaciones sociales que siguieron al mayo francés de 1968, al grado de que se volvió uno de los focos de las luchas por los derechos humanos en los años ochenta, y parte de la materia principal de las recomendaciones internacionales sobre el control del uso de la fuerza pública desde 1990.[7] De modo creciente, los acuerdos internacionales buscan que el uso de las “armas menos letales” sea estrictamente regulado y que se desahucie el anticuado concepto de las llamadas “armas no letales”, precisamente porque como argumenta la ONU: “El uso de cualquier arma puede tener consecuencias fatales”.[8] No obstante, el gas lacrimógeno sigue enclavado en una zona gris de regulación: desde su comercialización, prácticamente sin limitaciones alrededor del mundo en presentaciones que hacen difícil el monitoreo de su composición, hasta el uso a voluntad por parte de los cuerpos policiacos, quienes suelen desdeñar los riesgos que involucra su concentración y los diversos tipos de tóxicos que incluyen.[9] Ésta es un área de creciente abuso estatal.


 

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A pesar de la pandemia por COVID–19, diversas geografías protagonizan protestas que han surgido, en gran medida, como reacción a la violencia perpetrada por el Estado y sus cuerpos policiacos, así como la forma en que las batallas políticas se expresan en choques en el espacio público, ocasionados, en parte, por la disfuncionalidad del aparato político formal de representación.

En una colaboración particularmente creativa de imaginación científica y técnica que aprovecha toda clase de registros visuales de acceso público, Forensic Architecture fue comisionada por el colectivo No+Lacrimógenas de Chile para investigar el grado de peligrosidad que ha tenido la concentración de gases lacrimógenos en la Plaza de la Dignidad de Santiago de Chile en el marco de las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera desde octubre de 2019, las cuales congregaron luchas sociales y de género en el creciente rechazo hacia las políticas neoliberales y al orden constitucional que el país heredó de la dictadura pinochetista.

Forensic Architecture se propuso iluminar el secreto de Estado acerca de la violencia ejercida sobre la población civil mediante el empoderamiento cognitivo de la sociedad y la opinión pública. Para lograrlo, se valió de las metodologías forenses que han caracterizado varias de sus investigaciones pasadas, como el modelaje en tres dimensiones que permiten los programas de visualización arquitectónica, el aprovechamiento de la geolocalización, la sincronización de videos y los testimonios gráficos tomados por civiles y medios públicos gracias a la creación de líneas temporales sincronizadas por las sombras durante el día.

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Esta vez la agencia británica, alojada en el Goldsmith College, ha añadido un recurso inédito: la proyección de la dinámica de fluidos del gas lacrimógeno, no sólo en su concentración alrededor de los manifestantes en la plaza, sino en la contaminación del entorno urbano al momento de su dispersión. Mediante el uso de su imaginación detectivesca y el entendimiento de imágenes, modelos y relatos visuales como fuentes de datos y medios retóricos de impacto intelectual y sensible, Forensic Architecture ha permitido evaluar la dimensión del abuso en el uso de armas químicas por parte de los cuerpos policiales, desde su grado de riesgo para la salud, e incluso de letalidad, contra los manifestantes agredidos por los carabineros y también para los habitantes de la urbe.

Las conclusiones de esta investigación son aterradoras, pues transforman las imágenes anecdóticas que consumimos en las noticias y documentales en un levantamiento científico sobre el empleo criminal y sistémico de las armas químicas en la represión política. En el curso de una sola noche, la del 20 de diciembre de 2019, los carabineros chilenos descargaron al menos 594 bombas de gas sobre los manifestantes en la Plaza de la Dignidad, lo que produjo concentraciones de más de 40 veces el límite de tóxicos indicados por el fabricante de las armas y condiciones de contaminación casi letales. Adicionalmente, la simulación de los fluidos en el aire de la zona muestra una dimensión de estas armas químicas que está fuera del debate público: el continuo abuso de los gases a lo largo de dos años de protestas necesariamente pone en riesgo la salud de la población aledaña e incluso la ecología del río Mapocho, principal cuerpo de agua de la ciudad.

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Gases lacrimógenos en Plaza de la Dignidad es un elocuente documento que desnuda el grado de brutalidad con que el Estado, tanto en Chile como en otras geografías, ha restaurado el castigo corporal contra el disenso y la crítica.

La relevancia de la investigación de Forensic Architecture es translocal: ilustra la urgencia de someter bajo control las tácticas de la fuerza pública, especialmente en un tiempo donde la decadencia del Estado-Nación como supuesto mediador universal de los conflictos y el resurgimiento de las tácticas de acción directa en la protesta hacen imprescindible pronosticar una etapa de confrontaciones cada vez más aguda. Esta obra es un acto de democratización efectivo, pues devuelve poder al conocimiento como propiedad común. Además plantea la necesidad de restaurar el prestigio del saber y la imaginación en las tácticas y el espíritu de la protesta. Invirtamos una frase conocida, para sugerir que Forensic Architecture transforma los testimonios de la barbarie en instrumentos de un empoderamiento civilizatorio.

Cuauhtémoc Medina

[Notas al pie]

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Guion de Gases lacrimógenos en Plaza de la Dignidad
Por Forensic Architecture
 
Desde octubre de 2019, la Plaza de la Dignidad en Santiago de Chile se convirtió en el centro de las protestas a nivel nacional.
 
Agrupaciones estudiantiles, sindicatos, grupos de disidencias sexuales y feministas, y comunidades indígenas se encontraron aquí para protestar en contra de las políticas neoliberales que llevan décadas produciendo desigualdades económicas y sociales. [...]


TEXTO COMPLETO AQUÍ

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Forensic Architecture
FA es una agencia, fundada en 2010 con sede en  Goldsmiths, University of London, que investiga la violación de derechos humanos, incluyendo la violencia cometida por los Estados, las fuerzas policiales, los militares y las corporaciones. FA trabaja en colaboración con instituciones de toda la sociedad civil, desde organizaciones activistas locales hasta equipos legales, organizaciones no gubernamentales internacionales y de medios de comunicación, para llevar a cabo investigaciones con y en nombre de las comunidades y los individuos afectados por conflictos, brutalidad policiaca, regímenes migratorios y violencia ambiental.

Las investigaciones de FA utilizan técnicas pioneras en análisis espacial y arquitectónico, investigaciones de código abierto, modelado digital y tecnologías inmersivas, labores documentales, entrevistas in situ y colaboraciones académicas. Los hallazgos de los diversos análisis de FA se han presentado en tribunales nacionales e internacionales, averiguaciones parlamentarias, exposiciones en algunas de las principales instituciones culturales del mundo y en medios de comunicación internacionales, así como en tribunales y asambleas comunitarias.

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Forensic Architecture, Gases lacrimógenos en Plaza de la Dignidad [Tear Gas in Plaza de la Dignidad], 2020
Video
9’ 35”
Pieza comisionada por: No+lacrimógenas

Equipo de Forensic Architecture
Investigadora a cargo: Samaneh Moafi
Investigación: Martyna Marciniak, Giovanna Reder
Supervisión de investigación: Eyal Weizman
Apoyo de investigación: Robert Trafford
Diseño sonoro: Mark Nieto
Apoyo al proyecto: Sarah Nankivell, Yasamin Ghalehnoie, Tamara Z Jamil
 
Equipo ampliado
Simulación de dinámica de fluidos: Dr. Salvador Navarro-Martinez (Imperial College London)
Consultora sobre gases lacrimógenos: Dr. Anna Feigenbaum
Colaboradores: Dr. Ángeles Donoso Macaya, Dr. César Barros A., Galería Cima, Marucela Ramírez, Camila Pérez Soto, Ignacio Farias, Francisca Benítez, Alexander Samuel, Neil Corney

https://forensic-architecture.org

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Curaduría: Cuauhtémoc Medina
Textos: Forensic Architecture, Cuauhtémoc Medina
Dirección de contenidos: Ekaterina Álvarez, Cuauhtémoc Medina
Coordinación curatorial: Ana Sampietro
Gestión digital: Ana Cristina Sol
Edición de contenidos: Vanessa López, Javier Villaseñor
Traducción al inglés: Julianna Neuhouser
Prensa: Francisco Domínguez, Eduardo Lomas