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El video registra parte de una conversación entre un grupo de ellas, que tuvo lugar el 11 de mayo de 2016 en la habitación 10 del Hotel Bombín, ubicado en el centro de Ciudad Juárez. La intención original de Margolles, comisionada por la bienal Manifiesta 11, era invitar a Karla a Zúrich para jugar póker con Sonia, una ecuatoriana con el mismo trabajo e identidad sexual y de género que radica en la ciudad suiza. Pero el crimen, que permanece impune, obligó a replantear el proyecto entero. Fue Sonia la que viajó a Juárez para reunirse con otras trabajadoras sexuales trans, amigas de Karla: Valeria, Berenice y Vivian. Una vez reunidas, conversaron durante tres horas sobre la cruda violencia que deben padecer y resistir a diario. Como dijo otra trabajadora sexual trans: “ni siquiera el mañana nos pertenece”.

Esta acción no es un gesto aislado: Margolles se ha concentrado en investigar la destrucción sistemática de Ciudad Juárez, debida a la violencia que se ha mantenido durante décadas. Margolles conoció a Karla en 2010, cuando investigaba la desaparición de la vida nocturna del centro de la ciudad. Karla formaba parte de ese corazón vital de la urbe y participaba en espectáculos de variedades en el club nocturno El Palacio de las Estrellas. Cuando el club cerró temporalmente, el trabajo sexual se volvió la principal actividad de Karla.[2] Margolles investiga los lugares donde el progreso se une perversa y sangrientamente con el placer[3] y juntos crean islas de impunidad, reforzadas por la manera en que los medios de comunicación y el Estado manejan esta violencia. La criminalización de las víctimas ha sido una de las estrategias centrales que utilizan los gobiernos para esquivar su responsabilidad de impartir justicia. Las organizaciones civiles han denunciado una y otra vez que el Estado activamente ignora los crímenes de odio hacia ciertas comunidades.[4]

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De acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el promedio de edad que vive una persona trans en América Latina es de 35 años. México ocupa el segundo lugar mundial en crímenes de odio contra las trans y la mayoría de esos crímenes son perpetrados contra trabajadoras sexuales. En ese contexto, Karla era ya una sobreviviente, una hermana mayor cuya edad (64 años) le confería cierto liderazgo entre ellas. Aun así, al morir, su cuerpo se entregó a la familia biológica y su familia escogida no pudo despedirse. Al reclamar la identidad post mortem de Karla para su comunidad trans, Margolles no sólo se opone a que sea definida por la forma en que murió,[5] sino que ofrece una especie de ritual de despedida para sus amigas y compañeras.

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En su investigación sobre los efectos de la pérdida en una comunidad, Margolles lleva años desarrollando mecanismos estéticos de duelo-denuncia, que se han vuelto cada vez más complejos. Sobre todo, insiste en rascar la misma llaga: así esté en Zúrich o en otra ciudad europea, Margolles vuelve a crear piezas acerca de la violencia en Ciudad Juárez. Para vincular estos espacios, tan distintos entre sí, busca que el duelo se hospede en cuerpos que comparten condiciones de vulnerabilidad, en este caso, los de Sonia, Valeria, Berenice y Vivian.

Margolles ha usado la imagen de la pared de la morgue que separa a la familia y al cadáver para hablar de su trabajo. Esa pared tiene la función de filtrar sin anestesiar, de modo que el público sea capaz de recibir el cuerpo, la pérdida, el dolor.[6] 

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En esta ocasión, eso se tradujo en crear las condiciones para un juego de póker, en donde podamos escuchar realmente a ciertas damas. Esto es lo que el juego de póker simboliza: incluso para aquellas cuyo oficio es una elección, el precio a pagar es habitar un ambiente predatorio y sumergido en el consumo de drogas y alcohol, lo que convierte cada encuentro en un juego de supervivencia. La capacidad de las trabajadoras sexuales trans para interpretar correctamente distintas situaciones y modificar su comportamiento es esencial, así pueden evitar agresiones, no sólo de sus clientes, sino de sus familias, de las autoridades e incluso de sus propias compañeras. 

En un artículo reciente sobre las pintas y protestas en Ciudad Juárez durante la pandemia, Eduardo Barrera inscribió las intervenciones de Margolles en la genealogía de las zonas de autonomía temporal (un concepto de Hakim Bey de 1991) logradas en la ciudad.[7] En ese sentido, durante las horas en que transcurrió esta acción, la habitación 10 del Hotel Bombín se convirtió en una zona segura y autónoma para la comunidad de trabajadoras sexuales trans. En ella resalta el hecho de que las paredes de la habitación están cubiertas de espejos: en el juego de póker todas pueden ver lo que pasa tras sus espaldas, pero Karla, insisten sus compañeras, no tuvo un espejo en frente para ver lo que estaba pasando detrás.

Alejandra Labastida

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[1] Oscar Gardea Duarte, “A.NIBAL. K.ARLA. A.DAN, This Body is not Mine”, Ya basta hijos de puta. Teresa Margolles, Milán, Silvana Editoriale, 2018,  p. 54.
[2] Ibid., p. 50.
[3] Ibid., p. 52.
[4] Vania Pigeonutt, “Una ofrenda contra los crímenes de odio”, Pie de Página, 3 de noviembre de 2019
[5] Oscar Gardea Duarte, op. cit., p. 54.
[6] Entrevista a Teresa Margolles, artista visual - Terrícoles | betevé 
[7] Eduardo Barrera Herrera, “#NoSonLasFormas. El corazón de Juárez en tiempos de pandemia”, La Verdad, 17 de junio de 2020

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Teresa Margolles, Póker de damas, 2016
Video, 9’ 33”
Cortesía de la artista, realizado para Manifesta 11.
A Karla, transgénero dedicada a la prostitución brutalmente asesinada el 22 de diciembre de 2015 en CJZ.


Teresa Margolles
(Culiacán, 1963; vive y trabaja en Ciudad Juárez y Madrid)

Desde sus inicios con el grupo SEMEFO, acrónimo del Servicio Médico Forense, Teresa Margolles ha elegido, a manera de taller, primero la morgue y las salas de disección y, más recientemente, las calles violentas de México. Éstos son los lugares de la muerte, pero al mismo tiempo son los sitios que atestiguan la inquietud social de diferentes ciudades mexicanas. Margolles trabaja, más que con restos de cuerpos, con los rastros de vida que se hacen evidentes en sudarios, entierros, la memoria, así como con la manera en que un acto violento destruye y afecta redes humanas en varios niveles. Las víctimas y sus sobrevivientes llaman la atención hacia lo inhumano de las relaciones en nuestras sobrepobladas sociedades.